martes. 19.03.2024
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Anguila por Babor. Adios al caribe

El Alas dejaba una estela definida, un tajo blanco en uve en el azul infinito del mar. Navegábamos a siete nudos a un descuartelar por estribor, con la mayor completa y el génova pesado, bajo unos 20 nudos de viento aparente. Rumbo Norte. Marejadilla. Bego y yo -la tripulación al completo- tomábamos el sol en cubierta, con el cálido Alisio acariciándonos el alma y la piel.

La bahía de Marigot primero, y las islas de Saint Martin y Anguila después, se habían desdibujado por popa hacía unos días, junto con nuestro tiempo de gandulear por el Caribe, de vivir al ritmo de la brisa y en presente continuo. Aunque no olvidaríamos aquellos días en Martinica, -las navegadas de ensueño por las Antillas, las largas caminatas por la Terre de Bas de Les Saints y por toda Guadalupe, los fabulosos buceos en Bouillante y el Parque Cousteau, con sus coloridas tortugas marinas, sus peces loro, las rocas casi pegadas al casco del barco, que se veía levitando en las aguas cristalinas; los calmos días al ritmo del fondeo al socaire del coral en los bajos del Grand Cul de Sac Marin, los recorridos con nuestro auxiliar, cual descubridores, entre canales y manglares-; lo que ahora ocupaba nuestra mente era lo que teníamos por proa: el mar inmenso, las grandes aguas y un nuevo desafío que nos confrontaba con nuestras decisiones más profundas.

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Guadeloupe. Randonne

La estrategia era simple, los primeros días avanzar hacia el Norte/Nordeste, hasta que el Alisio se fuera diluyendo. Normalmente deberíamos remontarlo ligeramente a lo largo de unas 800 a 1000 millas, hasta que alcanzáramos los vientos del Oeste. Ya en latitudes subtropicales, según resultase la meteo, nuestro rumbo mutaría hacia el Este/Estenordeste, contorneando el mar de los Sargazos por estribor, y aprovechando la corriente del Golfo y los vientos favorables para dirigirnos hacia Azores y Europa. Si no hubiera problemas, hasta 20 días de navegación a vela, y unas 2300 a 2500 millas por recorrer. Ésta vez no visitaríamos las Islas Bermuda, nos apuraba la preparación para la temporada de trabajo en la Península.

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Baie Mahault (Grand Cul de Sac Marin)

Las rutinas del navegante ocupaban el día. Mantener el barco bien trimado, con la vela adecuada para avanzar a pleno pero sin sobrecargar el material ni castigar a la escasa tripulación. Tomar o largar un rizo, dar o quitar algo de vela en proa, cazar o filar las escotas según los caprichos del viento, chequear el rumbo, ajustar el timón de viento, y, sobre todo, mirar el horizonte infinito y vivir el momento, el tibio sol del día, las brillantes estrellas de las noches. También se llenaba el día con las otras rutinas básicas; guardias, comidas, pesca, descanso y sueño, lectura, algo de cine, y tiempo para compartir, para estar juntos, tan juntos como pueden estar dos personas,“en una misma cuerda, hacia una misma cima”. La radio de onda corta resultaba central; la comunicación con La Rueda de los Navegantes, para saber algo de los compañeros y de nuestro apreciado Rafael del Castillo, y para pescar los weather-fax, que definirían la táctica del cruce según se formaran las borrascas y se previera el pasaje de los frentes para los días siguientes.

Guardia nocturna tranquila. Con algo de escora, el barco navega a buena marcha, empujado por la brisa sin esfuerzo aparente. Noche de lectura con alguna vuelta de chequeo por cubierta cada media hora. De pronto el Alas se orza y se pone casi proa al viento, con las velas flameando y el timón neutro. El timón de viento no reacciona, estamos sin gobierno. Libero la rueda, arribo y conecto el piloto eléctrico. Rápida revisión: se ha partido la soldadura de la pieza de soporte del péndulo, que quedó de lado. Desarmo el mecanismo y lo subo a la bañera. ¿Y ahora cómo arreglamos ésto?

Me veo abrumado por la situación, de ninguna manera querría que nos enfrentáramos a las casi 1800 millas que nos quedan hasta las Azores sin su concurso, dependiendo por completo del piloto eléctrico, con su importante consumo de electricidad y la poca fiabilidad que le asigna mi cabeza a pesar de sus habituales fieles servicios. Necesito pensar. Me preparo un café y me pongo a estudiar la carta y a analizar nuestras opciones. Las Bermuda están a poco menos de 500 millas hacia el Noroeste, y Saint Martin a unas 600 millas al Sur/Suroeste. Nuestro calendario se aprieta. Volver sería un disparate, caer hacia las Bermuda un despropósito, y continuar así… No, así no. Me niego a encarar tantas millas dependiendo del piloto eléctrico siendo solo dos.

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Rotura

Sombríos nubarrones impregnaban mis pensamientos. Amanecía cuando apareció Bego en la bañera. Con voz y gesto adusto la puse al corriente de las preocupantes novedades. Por toda respuesta alzó los hombros y me dijo con total desparpajo: “no pasa nada, ya vas a encontrar una solución para que lo reparemos...” Es curioso como muchas veces todo está en nuestra mente. Su comentario me llevó a cambiar el chip, y así empecé a imaginar soluciones… en positivo. Algunas ideas no tenían un pase, pero otras… tal vez… Revolviendo a fondo en el pañol de proa encontré una chapa de inoxidable de 3 mm de espesor que podría servir de algo. Contábamos con tornillos y bulones, brocas y nuestras herramientas. Nos pusimos a trabajar. Unas cuantas horas después teníamos péndulo. Por la tarde volvíamos a utilizar el piloto de viento sin problemas. Seguíamos adelante. Reforzados. Una maravilla.

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Reparación

El mediodía del 10 de mayo nos encontró en 31º 33’ N, y 55º 57’ W, con suaves vientos del Oeste. Tras casi una semana de mar, empezaba el tiempo de anticipar las borrascas que se irían presentando para negociar lo mejor posible los humores del viento y del mar, ya en ruta “directa” hacia Azores.

A más de 700 millas de nuestro objetivo encajamos un temporal. La mar se fue arbolando y el viento subió de 40 nudos. Las olas golpeaban con especial violencia, no pudimos evitar una zona de oleaje virulento y aparentemente aleatorio que nos sacudía con fuerza, dejándonos completamente empapados. Para cuando entró el viento realmente duro estábamos preparados, aunque la primera ráfaga de unos 50 nudos nos provocó una importante escora hasta que conseguimos achicar al mínimo el velamen. Todo había sido recogido y trincado a son de mar en previsión de lo que vendría. El anemómetro se disparó por encima de los 50/55 nudos, y las ráfagas lo llevaban al máximo, soplando por encima de los 60 nudos.

Al timón, yo intentaba negociar lo mejor posible las violentas ráfagas y las furiosas olas bajo el tormentín, mientras Bego se repartía según hiciera falta. Ambos, en un atronador silencio -nuestro, porque alrededor el ruido era ensordecedor-, recordábamos sin remedio, una y otra vez, cómo había acabado nuestro último cruce de vuelta, también en ruta hacia Azores, cuando el naufragio de nuestro querido Gandul nos llevó al límite, a escasas 400 millas de nuestra posición actual.

La fragilidad de nuestra situación, las potentes embestidas de los elementos desatados, y los penosos recuerdos atenazaban nuestros pensamientos, apretaban nuestros dientes y nos retorcían las tripas.

En estas situaciones hay que aguantar y aguantar, hasta que afloje, sin abandonarse. En cualquier caso, el Alas respondía gallardamente; el viento, que superaba los 60 nudos, no conseguía tumbarlo; ni las olas desenfrenadas, que lo embestían furiosas, lograban hacer mella en su estructura. A medida que las horas iban pasando el viento se estableció entre los 40 y 50 nudos y el oleaje, aunque fuerte, se iba ordenando y haciendo más previsible. Por la tarde pudimos agrandar un poco nuestra diminuta vela, y dejarlo con el timón en automático, con la sensación interna de haber superado una nueva prueba, no solo náutica.

Es curioso cómo cambia la percepción de un temporal según la experiencia, la situación, y los ojos del marino. Esta tempestad fue intensa, pero menor y mucho más breve que la que se cobró nuestro catamarán, u otras vividas antes; a pesar de lo cual, durante las horas más violentas, estuvimos muy influidos por nuestro último y brutal antecedente, en un estado aprensivo y cabizbajo.

Unos días más tarde, tras más de dos semanas de navegación y 2400 millas recorridas, apurábamos los últimas horas en demanda del Canal de Faial. Entre medias, como siempre, has pasado días buenos en los que avanzas y es una gloria; has pasado días duros en los que persistes y solo aguantas, hasta un momento en que, de pronto, tienes la meta al frente. Las esquivas Azores que la última vez no pudimos visitar por fin ante nosotros. Dejamos el faro del Monte do Guia y el verdor de todo Faial por babor, con el imponente volcán de Pico por estribor, antes de dirigirnos a la bocana del Puerto de Horta, a la que miramos con ojos húmedos, ojos felices y limpios como los del niño que alguna vez fuimos.

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Puerto de Horta

Nuestro plan inicial era pasar unos pocos días recorriendo las islas, pero al final fueron un par de semanas, entre Faial y Sao Miguel. Es difícil irse cuando empiezas a pasear por allí, con sus paisajes bucólicos, verde, roca, lagos, espectaculares vistas del mar alrededor con sus lugares de poder y de recogimiento. Aún más difícil cuando compartes bellos momentos con otros compañeros navegantes y viajeros. Cuando puedes disfrutar del circo náutico de la gente de “Festina lenté”, una caravana de veleros integrada por artistas amateurs cuyo objetivo era recorrer el Mediterráneo hasta el Estrecho, llegar a Canarias, Cabo verde, Azores y volver a la Bretaña francesa, -solicitaban amarre a cambio de sus actuaciones-. Era difícil irse cuando podíamos festejar nuestros cumpleaños, y la vida, en las Azores.

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Azores

Hasta que al fin, una meteo favorable y tranquila nos motivó a izar nuevamente las velas, de regreso a la Península.

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Cruce del Atlántico

Velero Alas

Mayo – Junio 2017


Gustavo Díaz Melogno es navegante viajero, además de monitor de vela, regatista, diseñador y constructor naval.

Sus sueños de mar, viento y libertad, lo llevaron hasta el Cabo de Hornos y la Antártida a vela, y poco a poco lo fueron transformando en un vagabundo del mar. Autor de los libros “Entre el cielo y el Mar”, y “Gandul, a fuerza de sueños”.


 

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