viernes. 19.04.2024
naufragio

Veníamos cansados, golpeados y mal dormidos, desde hacía días. El viento y el mar seguían pesados, ásperos; pero el Gandul resistía bien, y las millas se sucedían consistentemente.

Aún en ese contexto, ni en nuestras peores pesadillas podíamos imaginar una experiencia como la que estábamos a punto de vivir.

El cruce del Atlántico de regreso lo encaramos algo temprano en la estación, porque teníamos compromisos laborales en la Península para la temporada. Una travesía que se pondría difícil desde la misma zarpada de las islas Bermuda. Pero las millas iban pasando, el Gandul avanzaba firme, con una mar cada vez más arbolada y un viento potente y continuo.

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El Gandul en 2014

Habíamos comenzado a ir cada vez más hacia el sur, dejando el temporal por la aleta de estribor, alejándonos, en teoría, del centro y de la trayectoria de las borrascas que iban llegando. En esas condiciones, la vida abordo con solo dos tripulantes se hacía pesada, con poco descanso y una tensión continua. Cada trabajo demandaba más esfuerzo de lo acostumbrado (ir al baño, cocinar, cualquier cosa resultaba farragosa, cargante). Las guardias se sucedían sin vislumbrar mejoría porque los pronósticos, desde hacía días, se quedaban irremediablemente cortos. “Vientos del oeste, 35 nudos, descendiendo por la mañana a menos de 30 nudos...” y al otro día, vientos por encima de 40 nudos, con ráfagas más violentas; y cuando, por la noche, otra vez pronosticaban mejoría, la decepción de la mañana era aún mayor...

El único consuelo era comprobar el avance en la carta. Las islas Azores iban creciendo, aunque a esas alturas y pese a los vientos portantes, las singladuras ya no eran muy buenas porque íbamos lo más despacio posible, para evitar alguna barrenada descontrolada. Buscábamos la marcha exacta que evitara la embestida de las rompientes por popa y cierto control en la barrenada al bajar...

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Vista aerea de cubierta

El 5 de mayo (2015) por la noche, y a pesar de las circunstancias, era alucinante ver lo bien que íbamos: El barco calzaba la popa en las enormes olas -apenas vislumbradas en la oscuridad- que nos pasaban casi sin golpear, mientras nuestra marcha oscilaba entre 5 y 15 nudos. Rosaura, nuestro piloto de viento, gobernaba con solvencia bajo el pequeño tormentín en proa, con vientos de unos 50 nudos y ráfagas difíciles de mensurar. Pero a eso de las 23:00, poco después de la comunicación por radio, el Gandul aceleró como nunca antes, temblando entero. Apretando los dientes nos sostuvimos firmes. Pasados unos momentos -que parecieron eternos- frenó por fin, pero quedó atravesado al oleaje, con el tormentín flameando furioso -el gualdrapeo sacudía todo el barco- y las olas golpeándolo por estribor. De inmediato saltamos a la bañera. Estábamos sin gobierno, habíamos perdido la pala del timón.

El viento y el mar mostraban su cara zafia. Pasamos la noche al garete, bastante bien. Por la mañana del 6 de mayo nos sobrevoló un avión de la fuerza aérea portuguesa, el que nos instó por radio a que pidiéramos auxilio. Lo rechazamos, porque estábamos construyendo un timón de fortuna. Pero las malas noticias empezaron de verdad cuando nos dijo:  ̶ Pidan auxilio, el clima va a ir a peor, y por la noche son escasas las posibilidadesde efectuar un rescate exitoso.  ̶ ¿Cómo que las condiciones irán a peor?  ¡Nuestro pronóstico de anoche decía que irían mejorando!  ̶ Acabamos de recibir un nuevo parte, lo peor está por venir  ̶ nos dijo.

 

Se nos hacía cada vez más difícil mirar a la tormenta sabiendo que de peores habíamos salido, porque el barco al quedar sin gobierno se encontraba indefenso, y las posibilidades de tumbar se hacían cada vez más evidentes. Si tumbáramos nos quedaríamos sin energía eléctrica, sin comunicaciones y, deberíamos pasar a la balsa, siempre que pudiéramos activarla en su ubicación, que quedaría bajo el agua.

Entré al salón, me senté en la escalera de la mesa de navegación, y le dije a Bego que procediera con el mayday (el pedido de rescate). Y me derrumbé. De pena, de vergüenza, de impotencia, sabía que no volveríamos los tres: “te estoy dejando, compañero...”. ¡Qué angustia! ¡Qué dolor!

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El Gandul en la tempestad

A poco entró en radio el capitán del porta-contenedores turco Cafer Dede. Atendiendo al pedido de auxilio nos informó que estaría en la zona en dos o tres horas. Como si fuese un filme, como si no fuéramos nosotros, todo se fue sucediendo sin pausa: preparar una mochila cada uno: los documentos, efectivo, la cartera, discos duros, el móvil, unos pocos papeles atesorados, algo de ropa... mosquetones de escalada, arnés y chalecos salvavidas, otra línea para las mochilas... y el mercante que ya aparece... su voz por radio preguntando que dónde estamos, que no nos ven... ahora sí... y se acercan.

Maniobran lentamente. Con delicadeza se colocan a barlovento, y el monstruo de casi doscientos metros de eslora y unas seis plantas sobre flotación abate hacia nosotros. El primer impacto nos repele y recorremos su lado de estribor hacia popa. Sin marcha, el Cafer Dede incrementa su cabeceo, y de pronto su aleta se eleva -descubriendo su enorme hélice a nuestro lado-, y al bajar se nos echa encima. Saltamos a la bañera al tiempo que el mercante cae violentamente sobre nuestra banda de babor. Con crujidos desgarradores caen los palos y el Gandul sale mutilado.

Chequeo rápido: El Gandul está irremediablemente perdido. El casco de babor está medio separado y hundido. Los restos flotarán un rato, pero si se fuera al fondo sería fácil que nos arrastrara con él, entre tantos cabos y cables diseminados por cubierta. El Cafer Dede ha tomado distancia y se mantiene a unos 500 metros. Decidimos arrojarnos al agua para estar libres de los restos del naufragio.

naufragio

Naufragio

Un shock. ¿Cómo pudimos llegar a esta situación? Estamos flotando en medio del mar, y hemos perdido nuestro barco... nos cuesta creer lo que estamos viviendo.

Entre tanto, el buque había ido abatiendo hacia nosotros. Nos tenían localizados. Vemos gente en cubierta, a más de 12 metros sobre el mar, y la pared de acero lisa, vertical, inescalable. Nos arrojan -atados por cabos- un par de salvavidas circulares a los que asirnos. Nos separan un poco. Ahora nos lanzan unas escalas de gato, de esas de cabo y peldaños de madera. Pero desde el agua y con ese oleaje no conseguimos escalar, al fin, los marineros tiran de la escala y del salvavidas a la vez, hasta que consiguen subirnos, bastante magullados. Solo con lo puesto. Y temblando. Justo antes de pasar al interior, vemos los últimos vestigios de nuestro barco, lo poco que quedaba del Gandul, ya para siempre del océano.

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El Cafer Dede

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Con la tripulación del Cafer Dede

Esa noche no nos buscaría el helicóptero portugués para trasladarnos a las Azores, porque tuvieron que atender otros rescates: cinco veleros en emergencia en la extensa zona, de los que cuatro naufragaron, en uno de los cuales habría de morir una niña francesa, el peor de los escenarios para una familia destrozada.

Pasamos la noche desolados. Al día siguiente supimos que iríamos hacia atrás, rumbo a Nueva York; pero esa es otra historia: “De cómo llegar a Nueva York sin papeles, en un barco turco, y conseguir que te dejen pasar”.

De vuelta en Madrid, poco más de un mes más tarde conoceríamos nuestro nuevo barco... La vida siguiendo su curso -inexorable- como nuestras navegadas.

 


Gustavo Díaz Melogno es navegante viajero, además de monitor de vela, regatista, diseñador y constructor naval.

Sus sueños de mar, viento y libertad, lo llevaron hasta el Cabo de Hornos y la Antártida a vela, y poco a poco lo fueron transformando en un vagabundo del mar. Autor de los libros “Entre el cielo y el Mar”, y “Gandul, a fuerza de sueños”.


 

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