viernes. 19.04.2024

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La magia de los deportes o de ciertas disciplinas físicas muy en relación con el deporte es que pueden transmitir su espíritu al contexto que les rodea. De hecho, es hasta posible hacer una ruta turística por diferentes lugares del mundo en el que un deporte se ha convertido en parte de su paisaje. Un tour que fuera de nuestras fronteras encontraría algunos puntos de referencia en Tailandia o Japón con el muay-thai y el karate u otras disciplinas, con el baloncesto en las canchas de Rucker Park en Nueva York o cualquier otra en Chicago, o el fútbol en Copacabana y en los potreros del barrio de la Boca. Las opciones son múltiples, pero si hay una disciplina que marque de verdad a los lugares que pisa ese es el surf.

Porque el surf es cosa aparte. Y no hace falta irse hasta Costa Rica, Indonesia, California o Chile para encontrar lugares surferos, en los que se puedan encontrar escuelas de surf a cada paso y olas de impresión, sino que aquí en la Península tenemos algunos buenos ejemplos de la importancia de las tablas y las olas en Donosti, en Zarautz, en Gijón, o en la Costa da Morte gallega. Y, de todas ellas, es quizás en esta última en la que el impacto del surf salta más a la vista.

Y es que el tramo del litoral atlántico coruñés conocido como A Costa da Morte se podía considerar, hasta hace no mucho, un lugar bastante aislado en el mundo, una esquina en una zona de España, es decir, en la esquina de un país situado en la esquina de Europa. Los surfistas de otras nacionalidades que llegaron por primera vez a estas tierras allá por los años 60 o 70 probablemente se encontraban entre los primeros turistas extranjeros que visitaban la zona. Ahora, sin embargo, todo ha cambiado y, en gran parte, debido al surf.

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A lo largo de la carretera que recorre A Costa da Morte uno puede encontrarse con numerosas escuelas de surf, preparadas para gente que llega a Galicia con el objetivo explícito de aprender a surfear, y a la vez disfrutar desde el coche de unas vistas siempre impresionantes que suelen estar acompañadas de personas con tabla y neopreno en medio del mar. Y la sorpresa, además, llega cuando uno se da cuenta de que las aguas de las playas de Soesto, Lariño o Malpica pueden ser uno de los espacios más multiculturales de toda la Península: australianos, americanos y europeos de todas las procedencias se pueden llegar a juntar entre sus olas.

Porque, como decíamos, el surf es especial. ¿Quién le iba a decir hace 30 años, por ejemplo, a los habitantes de Razo que su pueblo se convertiría en uno de los spots más multiculturales y diversos del surf europeo? Pues a día de hoy lo es. Y bien que se agradece en un pueblo que ahora tiene en el surf a uno de los elementos más importantes para la economía local. Los bares y restaurantes de la zona atienden a los surfistas que casi cada mañana llegan a la zona, pensiones de todos los gustos dan cobijo a los que llegan atraídos por las olas y en las playas de la zona operan varias escuelas de surf. El nexo entre Razo y el surf es enorme.

Y como para no, porque durante la primavera y el verano, la playa bergantiñana se convierte en referencia europea para surfear, para aprender a coger olas en una de las escuelas más reputadas de Galicia como es la escuela de surf Artsurfcamp, o simplemente para disfrutar del ambiente que siempre crea a su alrededor este deporte. ¿Qué más se le puede pedir a un deporte? En Razo desde luego que nada.

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