martes. 19.03.2024
naufrago

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Hace poco les había demostrado que tanto el hombre como la mujer son capaces de sobrevivir en la selva arreglándoselas como sea. En cambio los expertos dicen que sobrevivir en el mar no es tan fácil, y que para hacerlo, hay que tener mucha suerte como la que tuvo el personaje de la siguiente historia.

El Hierro es la isla más occidental y meridional de las Islas Canarias. Desde ahí zarpó el 29 de enero de 1982 Steven Callahan, un arquitecto naval norteamericano de 32 años, en un velero diseñado por él mismo llamado 'Solitario Napoleón' que lo llevó a vivir la aventura más trascendental de su vida.

Su viaje duró apenas seis días de placer. La noche del 5 de febrero Steven dormía en su camarote cuando lo despertó un golpe seco en el casco. Le llevó tiempo despejarse y darse cuenta que su nave se estaba hundiendo. (Aunque él siempre creyó que fue embestida por una ballena, hasta el día de hoy, el motivo de su hundimiento sigue siendo una incógnita).

A Callahan le costaba creer que los tres años que había dedicado a construir su barco, se le hubieran ido - literalmente - por la borda en solo cuestión de segundos. El destino le había jugado una mala pasada, y lo peor, se encontraba sólo y perdido en medio del océano, a 1300 Km de distancia de donde había partido.

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Fotografía real del 'Solitario Napoleón'

Escapó del barco que se estaba hundiendo y logró salvarse en un bote inflable. Pudo llevar con él un equipo de emergencia, algunos alimentos, cartas de navegación, una antorcha y un balde para recoger el agua de lluvia.

Una vez dentro del bote salvavidas se sintió desorientado, presa de la noche, azotado por el viento y asustado por el silencio. Lo que comenzó como un viaje de placer se transformó abruptamente en una experiencia de supervivencia y es ahí donde comienza el periplo alucinante que vivió este hombre.

"Uno escapa del barco hundiéndose, y una vez dentro del bote salvavidas eres presa de la desorientación. Te empiezas a preguntar cosas como '¿Cómo puedo sobrevivir aquí?, ¿hacia dónde debo ir?'. En muchos momentos pensé que no lograría sobrevivir, debido a que el hecho de conseguir comida y agua me suponía un tremendo esfuerzo".

Un altísimo porcentaje de náufragos mueren dentro de los tres primeros días del naufragio, y aunque se necesitan más días para morir de hambre o de sed, el factor más letal es el derrumbamiento psicológico y moral que parece hundirse con el mismo barco, porque aunque se encuentre en una canoa a salvo, el náufrago se queda inerte y absorto contemplando su propia miseria y pequeñez ante el infinito océano.

Steven descubrió que su mayor problema no serían el hambre y la sed, sino la soledad y las ataduras psicológicas. De hecho, para ocupar su tiempo se fijó una rutina diaria de ejercicios con sus brazos y piernas, eso también lo ayudaba a mantenerse activo en ese espacio reducido. También ideó una manera de medir el tiempo según la posición solar.

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El sabía que podía vivir varios días sin comer pero no sin hidratarse, eso si lo llevaría a la muerte irremediablemente, por eso se las ingenió para juntar agua potable con un destilador solar. Colocaba agua de mar en un recipiente, ésta se calentaba por el sol y cuando aumentaba la temperatura se evaporaba. El aire húmedo y caliente, subía hasta la cubierta, el vapor de agua se condensaba y luego goteaba dejando la sal en la cubeta. También guardaba el agua de lluvia en el balde que había rescatado y la iba racionando día a día.

Muchas veces pensó que no podría sobrevivir ya que conseguir comida y agua le resultaba sumamente agotador, pero aún así, tuvo mucha suerte porque la mayor parte del tiempo lo acompañó de cerca un cardumen de peces mahi-mahi (dorados).

Él aprovechaba su cercanía y los pescaba con un arpón que fabricó de la antorcha. Eso fue lo que lo mantuvo alimentado, pero increíblemente los peces después de poco tiempo se dieron cuenta que él era peligroso para ellos y le tomaron el tiempo, sabían hasta donde podía llegar con su arpón y se mantuvieron a cierta distancia para que no pudiera alcanzarlos.

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Como los peces se le habían alejado unos metros tuvo que buscar un método para que vuelvan a acercarse, se dio cuenta que cuando apoyaba las rodillas en el fondo del bote los peces se arrimaban para rozarlo o chocarlo y así fue como recuperó su fuente de alimentos.

Una mañana se le acercó un tiburón y se le hizo agua la boca, pensó que si lograba pescarlo tendría comida para varios días. Tomó el arpón con cuidado y se lo clavó en un costado, pero era tal la fuerza del animal que se trenzaron en una lucha de la que Steven salió perdiendo. El animal rompió su lanza, la clavó en la cámara del bote de un coletazo y escapó. Debió olvidarse del delicioso manjar y dedicarse a reparar el bote que comenzó a desinflarse y que por poco se hunde.

Los peces nunca se alejaron de su lado, y eso justamente hizo que muchos pájaros siempre se concentraran alrededor suyo. Increíblemente pasó 76 días a la deriva, aprendió a sobrevivir en medio de la nada.

El 21 de abril de 1982, un barco pesquero que vió esa concentración de pájaros que volaban alrededor de Callahan se acercó creyendo que había peces. Lo encontraron y llevaron a la cercana Isla de Guadalupe. O sea, este señor estuvo a punto de llegar al Caribe en 76 días a la deriva ¡desde Europa!

Como consecuencia de esta aventura Steve Callahan escribió un libro llamado “Adrift: 76 days lost at sea” en donde cuenta con detalles como se las ingenió para sobrevivir casi 80 días en el mar.

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Y bueno, como no hay mal que por bien no venga, mientras Steven trataba de sobrevivir se dio cuenta de las limitaciones del bote salvavidas convencional y de la necesidad de uno que cumpliera mejor la función de un salvavidas e ideó un bote salvavidas acorde a las verdaderas necesidades de un náufrago.

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Veinte años después la fábrica náutica Hydranova Inc. adaptó su diseño patentado y lo sacó a la venta. Lo llamó 'The Clam'. Su fondo es de fibra de vidrio para que sea más fuerte, tiene un techito en un extremo para guarecerse del sol o la lluvia y lo que es más importante, se le puede izar una vela para dirigir los vientos y así navegar a mayor velocidad.

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Su travesía se hubiera acortado de 76 días a menos de 20 si en aquel entonces hubiera existido 'The Clam'. Este superviviente usó su amarga experiencia para beneficio de la náutica. Es fascinante cuando una situación límite dispara el ingenio para crear nuevos inventos.

Artículo escrito por Carlos Suasnavas originalmente publicado en el blog Sentado frente al Mundo protegido con una licencia CC BY-NC 3.0 EC


 

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