martes. 19.03.2024
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Llevo toda la vida soñando con izar las velas y largar amarras. Con el sol cálido, los pies descalzos, el alisio en la piel; también con lugares vírgenes, majestuosos, casi inaccesibles. Acunado por el mar azul, la brisa que llena las velas, de cala en cala, viviendo dulcemente el presente. A veces lo hemos conseguido, otras veces nos hemos quedado enredados en el día a día.

En nuestras últimas dos travesías del Atlántico Norte, desde la Península ibérica al Caribe y vuelta, nuestra situación vital era muy diferente. En la primera, con el catamarán Gandul, estábamos ultimando los detalles para el inicio de una vuelta al mundo de varios años, y en la segunda, veníamos de recuperarnos de su naufragio y retomando la posibilidad de volver a soñar...

A pesar de esas evidentes diferencias, deambular en pareja de isla en isla, de cala en cala, sin mayores plazos, sin agobios de tiempo, con un buen barco y disfrutando de la compañía hizo que ambos viajes nos dejaran un recuerdo para atesorar.

A finales del 2014 llegamos a Barbados con un grupo que nos acompañó en el cruce, y cuando nos quedamos solos empezó nuestro recorrido por las Antillas.

1-Izando-mayor

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Tras gozar de Barbados, fondeados en la idílica Carlisle Bay, en la que realizamos buceos por toda la bahía, navegadas con nuestro auxiliar a vela, y recorridas por la isla, pusimos rumbo a Martinica. Después de nuestro fondeo inicial en el Cul de Sac du Marin, continuamos hacia el oeste y el norte, con escala en Anse du Marigot.

Contorneamos luego la costa pasando por el Passe des Fous, entre la Roche Diamant y la Pointe du Diamant, antes de continuar hasta Les Anses d’Arlets, con su inconfundible vista del muelle y el puntiagudo techo de la iglesia, una imagen singular. Recorrimos lentamente varias calas, hasta dirigirnos al fondo de la bahía, al Cohue du Lamentin, la zona más cercana al aeropuerto, adonde recibiríamos en los días sucesivos a Eli y Joan, que nos acompañarían durante un par de semanas abordo.

3-anse-d'arlet-desde-el-agua

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Recorrimos juntos la costa oeste de Martinica, Dominica y Guadalupe. Unos días y noches exquisitos, navegadas de ensueño, al impulso del alisio en las velas, intercalado con el arribo al pequeño pueblo de Saint Pierre, con sus vistas imponentes del Mont Pelée, el volcán que entró en erupción en 1902 borrando la mayor parte del pueblo y segando vidas y sueños.

Rumbo al Norte, pasamos el fin de año con varias tripulaciones y lugareños en Dominica, en la playa del poblado de Portsmouth, al son del reggae.

5-Saint-Pierre

 

Más adelante, ya en Guadalupe, trekking hasta el volcán La Soufriere (punto culminante de las Pequeñas Antillas con sus 1.467 metros de altitud, y sus vistas de 360° únicas del valle, la Grande-Terre, el sur de Basse-Terre, el mar del Caribe y las islas circundantes: Îles des Saintes, Marie Galante y Dominica).

Unos días después fondeamos en la reserva Cousteau, formidable ecosistema que por la diversidad del coral, de las esponjas, gorgonias, y sus animales marinos: peces, tortugas, crustáceos, reptiles, hace que bucear esas aguas resulte inolvidable.

6-buceando

 

 

De regreso hacia el Sur, el cruce entre Guadalupe y Dominica resultó de lo más movido, con 4 rizos en la mayor, tres en la mesana y tormentín en proa, con ráfagas violentas por encima de los 40 nudos, que le agregaron mucha sal a los gratos recuerdos atesorados por nosotros y nuestros acompañantes.

De nuevo en Le Marin buscamos un hueco entre los centenares de veleros fondeados cerca del Puerto deportivo. Aguas protegidas, al socaire de la costa, en unos 10 metros de fondo, con la villa marinera a tiro de piedra, con todos los servicios, incluyendo una tienda de ocasión que hace la delicia de muchos de nosotros, más bien vagabundos del mar.

Allí, volviendo al barco una tarde, veo que nuestro vecino, un lindo queche de unos 13 metros de eslora, de nombre “Cibeles”, está siendo abordado de regreso por la tripulación… -¡Hola! ¿eres Julio?- le grito… -Si, me responde, con gesto de sorpresa… Julio, Maribel y el Cibeles -hecho con sus manos hace más de 3 décadas- han dado la vuelta al mundo, y no han parado de navegar y de vivir abordo desde entonces. Tenemos amigos en común, y conocidos de la rueda de los navegantes que solemos encontrarnos en la radio estemos donde estemos… Las reuniones abordo del Cibeles y del Gandul se repetirían desde ese momento, y serían el punto de partida de una bonita amistad.

Aprovechando que el Alisio afloja un poco de intensidad, recorremos la cara Este de la isla. Bordeada por el océano Atlántico, queda a barlovento, por lo que está directamente expuesta a los vientos predominantes y al mar de fondo.

Remontamos poco a poco entre bonitas calas casi vacías, con fondeos en Le Francois y en Le Robert, hasta la península de La Caravelle. Esta, en zona volcánica, presenta los únicos fondeos que  quedan hacia el norte, la zona rodeada de acantilados con muy pocos puntos de amarre y donde solo se dedican a la pesca de bajura con pequeñas embarcaciones tradicionales.

Fondeamos en soledad en el Cul de Sac Tartane, una cala a medida, cerca de los manglares, con todo el mar azul para nosotros.

Desembarcamos decididos a recorrer la vía de la Península de La Caravelle, a la que accedemos tras el manglar, y nos vamos internando en un bello camino que nos lleva desde la costa hacia arriba, poco a poco, hasta observar por el Norte, el Este y el Sudeste el Atlántico calmo, extenso, inabarcable.

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Continuando nuestra deliciosa recorrida al ritmo del viento en las velas, de las noches estrelladas y del cálido sol en la piel, llegamos a Antigua. Entrando a English Harbour, superado Berkeley Point por babor, aparece la marina del Puerto Nelson, y comprendemos porqué la flota del famoso marino se refugiaba aquí. Es un puerto natural espectacular, abrigado de todos los vientos, del tipo de Mahón en Menorca, aunque más pequeño.

Encontramos un hueco para echar el ancla en el fondeadero de Nelson, en una cala pequeñita al nornoroeste del puerto. Al bornear quedábamos a un par de metros de un monocasco de dos palos un poco cochambroso al sur, de un pequeño muelle donde los pelícanos tenían su base de aterrizaje y despegue continuo por el este, y de la frondosa costa por el oeste. Conseguimos así un fondeo ideal, con la libertad de recorrer los poblados a nuestra bola, mezclarnos con la gente (a veces como el amigo de Indiana Jones... jeje), y vivir el sitio genuinamente (en el puerto tienes seguridad, confort, agua y luz, pero tu experiencia es más pobre... y además hay que pagar). 

Aquí aprovechamos para conocer el museo, dar vueltas por el puerto deportivo, ver Megayates y unos veleros fabulosos, aunque con esa obscenidad del lujo desmedido que ya ofende la vista. Visitar el Museo nos gusta por todo lo que tiene que ver con la historia naval, aunque la idolatría mostrada hacia Nelson nos resulte absurda y nos repela en parte; no podemos evitar verlo desde la óptica de unos descendientes de sus enemigos, que lo sufrieron y también le sacudieron todo lo que pudieron, de hecho hasta cargárselo en la batalla de Trafalgar.

Unos días después, tras recorrer varias calas de Antigua, llegamos a Barbuda, donde el fondeo natural es la única opción. Fuimos hacia el sureste de Spanish Well Point, entrando por una especie de precario canal algo balizado con boyitas entre arrecifes y rocas, para llegar a un hermoso fondeadero frente a la playa princesa Diana. Una pasada de playa rosada de una extensión enorme, con palmeras y una potente sensación de lejanía y belleza. Descedemos con nuestro auxiliar a remo (nuestro antiguo motor de 2 HP regalado había decidido jubilarse tiempo atrás). El desembarco a lo SWAT acabó tragando agua y comiendo arena… pero a pura risa.

Pocos días más tarde fondeábamos cerca de The Canal, al suroeste del hotel de la isla, a unos 17º37,6’ N y 61º 51,4’ W, esto es, casi a la altura de Codrington, la capital, pero en el mar, al otro lado de la laguna.

Poder visitar la laguna era lo que más nos motivaba, aunque las olas en la playa rosa aconsejaban prudencia. Finalmente nos decidimos, conseguimos desembarcar indemnes, y, crecidos por el éxito hicimos rodar nuestro auxiliar sobre los rodillos (flotadores inflables estancos habitualmente fijados por correas a ambas bandas), respetando los principios de los egipcios -aunque lamentamos la falta de esclavos para empujar, presuponiendo que no hubiéramos sido nosotros...-, primero hacia arriba y luego hacia abajo, en total poco más de 40 metros, hasta la costa de la laguna.

Armamos el aparejo y nuestro auxiliar pasó a ser un vela ligera que nos permitió aprovechar la fresca brisa para recorrer la laguna al completo durante las siguientes nueve horas. Al Norte, el parque nacional presume de ser el mayor santuario de Fragatas, las aves que son el símbolo del país. Conseguimos adentrarnos por los canales y llegamos hasta el mar. Volvimos hacia el sur por la costa interior -del lado este de la laguna- esquivando bajos, algunos nos obligaron a subir la orza y en parte el timón y remar un poco, hasta alcanzar Codrington. Dejamos su visita para el día siguiente, antes de regresar, agotados y felices al Gandul.

Codrington, con sus calles de tierra, sus casas sencillas y sus simples mercados no nos defraudó. Nos gustó su autenticidad. Tras desandar el camino viento en popa, barrenando las olas de la laguna con el Gandulín a punto de zozobrar un par de veces, alcanzamos la playa, para empujar y jalar el auxiliar hasta el mar. Sin margen para relajarnos y disfrutar encaramos la botadura desde la playa. Acojonan las olas, que conseguimos sortear y regresar ilesos al barco, agotados pero muy contentos.

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Tras permanecer unos días fondeados en Marigot, en la isla de Saint Martin, que se reparten Francia y Holanda, decidimos visitar la laguna. Pasamos por el puente del lado francés, que se abre varias veces por día, para que los barcos puedan entrar y salir sin problemas.

La laguna es un microcosmos con miles de barcos fondeados y atracados a lo largo de sus costas, con los puertos franceses del lado nornoroeste, y los holandeses del lado este y sur, y con muchos barcos, como el Gandul, al ancla.

A vela y a remo vamos recorriendo sus rincones, visitando los pequeños poblados y villas que la rodean, haciendo compras en los súper y algo en las tiendas de náutica.

Decidimos hacer una excursión hasta Philispburg, la capital de la parte holandesa, para pasear y eventualmente adquirir una cámara de fotos, que echamos en falta. Desayunamos temprano y nos pusimos en marcha. El alisio venía soplando poderoso esos días, y en la laguna se arremolinaba y aceleraba aquí y allá. Nuestro velamen apenas podía reducirse así que fuimos avanzando a golpe de ráfaga, defendiéndonos a saltos para no tumbar, como gato entre la leña. Pasado el puente, ya en aguas holandesas, buscamos el reparo de los megayates, que con sus francobordos altos nos protegían de las rachas. Pero una ráfaga aún más violenta nos pilló al salir del reparo, escorándonos antes que fuéramos capaces de adrizar… Aunque no tumbamos, al escorar nos inundamos por la banda de estribor, y el rodillo de esa banda, que se había pinchado en nuestras maniobras en Barbuda, no colaboró con su misión de mantener la flotación… En segundos estábamos anegados.

Como el barco, semisumergido, seguía con el palo para arriba y la vela al viento, me desplacé flotando hasta la popa para intentar gobernarlo al timón, mientras Bego sostenía en alto la mochila con los móviles y equipos. Yo insistía, cazando vela, accionando el timón bajo el agua, pero el dinghy abatía inexorable hacia los barcos fondeados. Bego resolvió la situación de la mejor manera: pidió ayuda a un navegante que pasó cerca con su bote inflable a motor. Auxiliados, aunque con mi orgullo un poco chamuscado, llegamos a un pequeño muelle en el que conseguimos recuperarnos, vaciar el bote y sacudirnos el agua. Totalmente empapados de agua salada seguimos para Philipsburg sin más… entre risas.

Al atardecer, de regreso, el viento seguía duro, y otra vez Bego consiguió un remolque hasta el Gandul. ¡Qué fácil!

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Unos días después zarparíamos desde Marigot hacia las Islas Bermuda, para continuar desde allí hacia Europa, aunque en realidad lo haríamos hacia una experiencia totalmente imprevista. Pero de casi todo se vuelve.

Travesía por las Antillas. Velero Gandul. Diciembre 2014-Abril 2015

Gustavo Díaz Melogno

Fotografías: Begoña, Gustavo y Eli.


 

Gustavo Díaz Melogno es navegante viajero, además de monitor de vela, regatista, diseñador y constructor naval.

Sus sueños de mar, viento y libertad, lo llevaron hasta el Cabo de Hornos y la Antártida a vela, y poco a poco lo fueron transformando en un vagabundo del mar. Autor de los libros “Entre el cielo y el Mar”, y “Gandul, a fuerza de sueños”.


 

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