martes. 19.03.2024
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“El buen arquitecto” es un libro breve a mitad camino entre el cuento y la novela. En 3 horas de lectura proporciona una enseñanza sencilla pero esclarecedora, válida para todos en estos tiempos tan complicados y oscuros. Una historia en la que muchos se pueden ver reflejados…

Se trata de un viaje a lo largo de las estaciones que refleja cómo el protagonista (todos nosotros, en realidad) deja de vivir en un mundo idílico por factores ajenos a su control... y de cómo trata de sobreponerse a la adversidad. En absoluto es un tratado sobre arquitectura.

Con un trasfondo profundo y preocupante, el libro tiene sin embargo una lectura sencilla y se ha redactado con cierto grado de abstracción: la forma elegida lo convierte en una lectura apta (y necesaria) para jóvenes y adultos. Tras recorrer sus páginas el lector se quedará con algunos de los pilares de la filosofía oriental clásica: lo cíclico, el continuo cambio, o el desapego del ego.

Es una pequeña historia simple que alberga mucho en su interior.

Extracto del capítulo I (verano):

“El estudio reunía las condiciones adecuadas para trabajar en sus proyectos, los cuales le requerían tiempo, sosiego y algo de esfuerzo. Su gran mesa albergaba el material de dibujo necesario y solía tener esparcidos sobre ella bocetos, planos y otros trabajos que había diseñado anteriormente. Aunque a veces se le amontonaran varios papeles o se olvidara de tapar su pluma, todo ocupaba más o menos su correcto lugar. Al igual que en el resto de la casa, allí ni faltaba nada ni sobraba nada. […]

El tiempo que el Arquitecto estaba en el estudio solía pasarlo en su silla de madera. Ésta estaba centrada respecto a la gran mesa de dibujo y situada frente a un ventanal que inundaba de luz natural la mayor parte del estudio en cualquier época del año.”

Extracto del capítulo III (invierno):

Era sorprendente cómo había cambiado su trabajo en tan poco tiempo: hacía todas y cada una de las tareas con el ordenador. […] Pese a todo su empeño y a su máquina de última generación, no consideraba que su trabajo fuese más valioso. Y eso que producía más que nunca para cada proyecto… Redactaba más documentación, elaboraba más vistas y consideraba más escenarios inverosímiles para los compradores. Querían saberlo todo desde el principio y controlar cada paso: nadie quería ningún imprevisto… o nadie se lo podía permitir, mejor dicho. […]

Le resultaba paradójico que gracias a su ordenador pudiese resolver situaciones que nunca se dieron antes de que éstos llegaran: cada día escribía largos correos para justificarse y hacía cálculos complejos para unas casas sencillas que después se construirían deprisa y corriendo… […] Este currante cualquiera vivía asqueado porque todas estas tareas las consideraba inútiles y el grueso de su trabajo se había vuelto repetitivo.

Extracto del capítulo V (de nuevo verano):

Si algo he aprendido en este último año, es que lo realmente importante nunca aparecería en un cuento… Los cuentos suelen hablar de monstruos gigantes y de dragones insólitos, pero los auténticos peligros podrían pasar desapercibidos muy fácilmente: son diminutos y se esconden en nuestras rutinas más insignificantes.

¿Por dónde habrán llevado las nuevas circunstancias impuestas desde fuera a nuestro arquitecto? ¿Qué senda habrá tomado el protagonista para su paz interior y para la buena convivencia dentro y fuera de su valle?

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