sábado. 27.04.2024
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¡Qué bello canto a la tierra, a los orígenes y a la identidad de las personas! En un mundo cada vez más frugal, historias como esta son las que te devuelven la fe en las personas y las ganas de seguir conociendo más y más en los rincones de nuestro Planeta. Para los foráneos, el área enclavada en el Departamento de Potosí nos ofrece una amalgama de sentimientos, muchos de ellos contradictorios y que podemos ver en la premiada película Utama.

La historia es simple, como podría parecer la vida de Sisa y Virginio, los protagonistas que viven en el Altiplano boliviano, a escasos kilómetros del popular Salar de Uyuni. Una región inhóspita, imponente y brutal, donde las condiciones para la vida son pocas, pero que constituye el hogar de esta pareja de ancianos que no quiere marcharse, pese a la grave sequía que afecta a la región. Sequía que les afecta especialmente porque su único sostén es el rebaño de llamas que cada día Virginio pastorea en busca del bien más preciado: el agua. Gracias a ellas podrán vender la tan valiosa lana, comer carne esporádicamente y subsistir.

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Cuando el nieto de éstos, Cléver, emerge en escena, aparecerán nuevos matices a la película, donde entrará en conflicto el encuentro entre el campo y la ciudad, lo moderno frente a la tradición, el arraigo a la tierra frente a unas mejores (en principio) condiciones de vida. Hechos y pensamientos en los que todos nos podemos sentir más o menos representados y que son problemáticas de índole trasnacional, aunque en la película se refleje en el micromundo de Sisa y Virginio.

Los temas que subyacen son profundos y de largo debate, tales como la sostenibilidad medioambiental, la pérdida de identidad de las culturas ancestrales, el choque generacional entre el pueblo y sus tradiciones frente a la ciudad y su modernidad… temas con los que todos estamos familiarizados y que Alejando Loayza, el director, expone de manera brillante a través de sus personajes y fotografía. Por cierto, personajes interpretados en su mayoría por actores no profesionales y que actúan con un poso y una credibilidad dignas de elogio.

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Bolivia es, posiblemente, de los países con mayor choque cultural entre el campo y la ciudad y se ve reflejado en su gente. Desde su creación como nación se ha ido tejiendo una sociedad excluyente, donde personas mayormente indígenas han sido relegadas al último escalafón de la sociedad, promoviendo grandes urbes modernas frente a zonas rurales olvidadas. A esto hay que sumarle las extremas condiciones para la vida en un país tan diverso, tanto en las regiones amazónicas como en el Altiplano.

La pobreza extrema que asola el país, mayormente en las zonas remotas, no significa que dichas personas tengan que abandonar sus tierras. Hay que conseguir unas condiciones de vida dignas para que puedan subsistir y ser el sostén de tantas regiones que van a perder progresivamente toda su población debido a las condiciones extremas climáticas, la falta de infraestructuras, el olvido del Estado y un largo etcétera.

Sin embargo y a pesar de todas las dificultades, al terminar la película uno se queda con un sentimiento de profundo respeto por la dignidad que transmiten sus protagonistas, por el amor a una tierra y a ellos mismos. Ya nos lo dijo Virginio previamente en una de esas escenas que quedan grabadas en la memoria: “el cóndor muere cuando siente que ya no sirve para nada”.

Utama, un canto a la vida en una de las regiones más inhóspitas del mundo