sábado. 20.04.2024
carelmapu
@fotubo

¿Has sentido alguna vez que la cosas que te divertían ya no lo hacen? ¿Has pasado alguna vez tanto tiempo con una persona que se te hace inevitable concentrarte en las pequeñas cosas que no soportas, hasta el punto de olvidar la hermosa personalidad que te atrajo en un principio? Como si el polvo hubiese cubierto el cristal de la lámpara, de tal manera que ya solo ves el polvo y no la llama que alumbraba tu vida… ¿Alguna vez has visto a un niño reír a carcajadas saltando en un charco de agua, y pensar con ternura y un poco de envidia “que lindo que es ser feliz con tan poco”? Y surge la pregunta: ¿En qué momento dejó de ser suficiente un charco de agua para ser feliz? ¿Será que con el tiempo las cosas que nos parecían increíbles al comienzo van perdiendo su stock de alegría? ¿Será que se le acaba la cera a la vela de una relación, de un pasatiempo, de un charco de agua?

Tal vez con el tiempo las cosas simplemente dejan de asombrarnos, asesinadas por el fusil de la repetición y la rutina. Aquello que nos parecía maravilloso cuando niños se vuelve ordinario, lentamente entramos en la normatividad de nuestro entorno, no destacando nada especial, nada novedoso o juguetón. A medida que vamos creciendo, son cada vez menos las cosas que salen de lo ordinario, es cada vez más difícil exponerse a lo nuevo y a lo diferente, y acaba surgiendo la melancolía por los años de inocencia. ¿Acaso ser padre o madre no es una manera natural de obligarnos a volver a presenciar y recuperar esa olvidada inocencia? Si solo somos capaces de asombrarnos con lo nuevo, con lo original, con lo extraordinario, entonces cada experiencia vivida es una semilla de felicidad que germina y brilla por un tiempo, destinada a morir y extinguirse del banco de deleites potenciales. ¿No hay cierto dolor en saber que ya no nos hará sentir lo mismo? Tal vez preferimos no vivirla y gozar de imaginarla, para hacer durar el placer antes de comérselo.

En este contexto un tanto negativo (lo siento), la cuarentena por la que estamos, estuvimos o estaremos atravesando podría ser considerada un regalo. Sí, un verdadero regalo. Es como si todo lo que en tu vida te parecía normal, todo lo que ya se había convertido en ordinario, todo aquello que dabas por sentado te fuera arrebatado, obligada u obligado a vivir y convivir en el calabozo de tus cuatro paredes. El virus te está regalando la oportunidad de volver a asombrarte con los detalles más pequeños, insignificantes para tu “yo” de solo hace unas semanas. Es una forma de transformar lo ordinario en extraordinario. De ver con otros ojos un mundo que había dejado de maravillarte, de apreciar las gotas de lluvia que se deslizan por tu cara, de admirar el brote que aprovechó esta calma para crecer entre dos peldaños metropolitanos, de entregarte a los brazos de un amigo o un pariente, de compartir la risa de una amiga, de vivir un beso como si fuera el primero… Gracias coronavirus por obligarnos a viajar hacia la matriz de la conciencia, de la cual podemos elegir renacer como niños Nietzscheanos asombrados por la existencia y gritarle “Sí” a la vida.

¿Y qué hay del surf? ¿No te arrepientes ahora de las quejas de tu ego insatisfecho, porque no era suficiente? todas las veces que caíste en el juego perverso de la mente de encontrar excusas para no ser feliz? Porque había mucho viento, mucha agua, que la marea, que el fondo, que el crowd, que la corriente, que las olas, que no te salió nada, que no tienes el nivel que te gustaría tener, etc, etc… ¿Cómo es posible que algo tan increíble como deslizar sobre el agua se vuelva insuficiente para nuestras mentes calibradas para querer siempre más? Ahora que llevamos semanas sin poder entrar al océano, tenemos la chance de poder volver como si fuera la primera vez, contentarnos con el simple hecho de estar en el agua, de reunirnos con la fuente de la vida. Y como si fuera poco, de deslizar sobre una onda creada a cientos de kilómetros que acaba su viaje en una fiesta de polvo estelar que por la misteriosa ley cósmica de la atracción conserva un orden casi divino; moléculas de agua invitándote a bailar al compás de la madre naturaleza. Volvemos a tener en nuestras manos la alegría de la primera ola, la euforia del primer tubo.

Supongo que esta es una invitación a transformar lo que pareciera ser un castigo en un obsequio para nuestro ser. Y no se trata solo de volver a asombrarse por un par de días y que todo vuelva a ser tan tediosamente normal. Se trata de modificar nuestro código, de formatear nuestras mentes para no caer en la trampa del aburrimiento crónico. Transformemos nuestro mundo interior para que el exterior vuelva a conmovernos. Alguna vez has escuchado la frase “Vive cada día como si fuera el último”, a mi me parece un poco triste, que tal si al salir de nuestras cuevas mejor tratamos de vivir cada experiencia como si fuera la primera vez.


 

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