martes. 19.03.2024
costa-rica

Gustavo fue quien nos recibió en el mostrador de alquiler de coches nada más aterrizar en San José. Ya lo vimos atender al cliente anterior, y enseguida nos dimos cuenta de que es ese tipo de empleado que utiliza el miedo para incrementar las ventas. Se llama «upselling» le dije a Armindo mientras escuchábamos a Gustavo hablar de carreteras horribles, ladrones de coches, delincuentes que provocan accidentes y que conducen sin seguro.

Esperábamos nuestro turno un tanto nerviosos pues ya sabíamos que Gustavo supondría un gasto extra con el que no contábamos. En estos casos es cuando Armindo pone en juego todas sus dotes sociales y de persuasión y yo le dejo hacer: «Gustavo! yo tengo un hermano que se llama Gustavo! todos los Gustavos son buenas personas!» Sonriendo nos preguntó a dónde nos dirigíamos, «al Caribe!» dijimos confiados en que el Caribe es lo más pacífico, placentero y relajante que te puedes imaginar. «AH! entonces tendrán que manejar por el Cerro! tengan mucho cuidado porque a veces hay niebla y es bien peligroso. Sobretodo si no conocen la carretera y si se les hace de noche es mejor que paren hasta que pase un carro de acá y ustedes lo siguen porque es bien difícil esa carretera…» Con 70 euros menos en el bolsillo que no habíamos previsto, salimos de la oficina con nuestro 4×4 para meternos en el bullicioso tráfico de San José y gracias a las laberínticas direcciones de Google Maps llegamos al cerro anocheciendo.

Agarrada al asidero del copiloto me encomendaba a los santos mientras Armindo pisaba el acelerador para que el viaje se hiciera más corto. Así es como nos dirigíamos al Caribe, tras más de 30 horas sin dormir, con la cara de dos yonkis con abstinencia; los ojos desorbitados y la boca seca. Nos sentíamos unos kamikaces cruzando como balas la zigzagueante carretera Braulio Carrillo, que une San José con Limón. Los 40km a través de la espesa y oscura jungla por carreteras sin marcas, niebla intermitente, esquivando cocos y otros obstáculos se me hicieron interminables. Las fuertes lluvias y el continuo flujo de camiones que nos deslumbraba pusieron mis nervios a flor de piel.

Llegando a Guápiles, cuando por fin se acabó el infierno del cerro, mandé parar el coche en una «soda» y confesé que quería una habitación, un baño y un vaso de agua. Con más de dos horas de coche por delante, el calor y la gran humedad me golpearon la cara y fue la primera vez que me acordé que estábamos de vacaciones, y a la vez me invadió la incertidumbre de no saber si iban a ser como me las esperaba. Tras el descanso, el baño y el agua, más la ayuda de Armindo que es mi «personal coach», me sentí de nuevo con ganas para seguir el viaje y llegar a nuestro Airbnb en Puerto Viejo.

Escribí a nuestro anfitrión un whatsapp y no tardó la respuesta «Aquí les esperamos despiertos» Volví a sentir que las cosas estaban bajo control.

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La casita de Jimmie y Mina se encuentra entre dos colinas cubiertas por la selva, es un hogar humilde pero alegre, y con todo lo básico. Al llegar, Jimmie nos enseñó el baño y  al ver nuestra penosa presencia y pocas palabras, enseguida nos dejó a solas en nuestra habitación para que pudiéramos descansar. Sobre el cabecero de la cama, se encontraba una ventana únicamente cerrada por una mosquitera. Los ruidos nocturnos de la selva invadían toda la habitación: grillos, cigarras, ranas.

En dos segundos me quedé dormida y soñé con una casa en la jungla, en una noche sin luna, comencé a escuchar unos terribles aullidos. Al principio se oían muy bajito con lo que deduje que las criaturas estaban lejos y no había peligro, pero poco a poco noté cómo el volumen iba subiendo. Se estaban desplazando hacia nosotros. No podía imaginar qué tipo de criatura producía esos ruidos guturales que me aterrorizaban. A los pocos minutos los gritos eran tan fuertes que parecía que provenían directamente del exterior de nuestra ventana, el volumen era tan alto como estar en un concierto de death metal. El miedo me hizo saltar de la cama para dirigirme al lavabo. Al encender la luz una cucaracha corrió a esconderse en la sombra de la puerta. Sentada en el váter me preguntaba qué otros seres me observaban desde las sombras. Corrí de vuelta a la cama y me quedé allí deseando que pronto se hiciera de día.

En la mañana me levanté pregúntame si lo que había sucedido la noche anterior era sueño o realidad. Salí a la puerta, la luz pasaba entre las palmeras, el canto de los pájaros era lo único que se escuchaba. Nos sentamos a la mesa de la cocina donde Jimmie nos preguntó qué tal habíamos descansado, «ayer escuché unos ruidos, unos animales…», se rió «Ayer les quise decir, pero ustedes estaban muy cansados, son «congos», monos aulladores, son chiquiticos y herbívoros, no se tienen de qué asustar. Los grupos de congos «cantan» para comunicar su localización y dirección a otros grupos de su especie mientras se desplazan, se pueden oir desde varios kilómetros de distancia, son bien ruidosos». Por fin me relajé, decidí disfrutar del desayuno y no pensar en qué otras sorpresas nos deparaban en nuestro viaje.

Mina nos sirvió el Gallo Pinto, un plato que consiste en arroz con frijoles, plátano frito y huevo, acompañado de una salsa que llaman natilla. Sin duda lo mejor de aquellos desayunos no era la comida sino la compañía de nuestros anfitriones y su amena conversación donde nos iniciaron en la cultura tica:

Nos contaron que se sienten orgullosos cuando se les llama ticos, y que fue la gente de otros países quien les puso ese nombre, pues el tico es un personaje humilde, al que le preguntan «¿usted tiene carro?» y responde «bueno, tengo un carritico bien viejito», o si le dicen «¿usted tiene casa?» responde «Tengo un ranchitico».

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Los días que pasamos en el Caribe los vivimos con lluvias, suerte que rápidamente nos fuimos contagiando del buen rollo tico, al estilo Pura vida. Pura vida te recuerda que hay que disfrutar del momento y tomarse el día a día con serenidad, sin preocuparse demasiado. Pura Vida es el eslogan de Costa Rica y también refleja la filosofía del tico. Lo escuchamos constantemente en nuestro viaje con diversos usos, como saludo, como agradecimiento, como expresión de placer: «Estas olas son pura vida, mae!»

La costa del Caribe sur es la región donde se concentra una gran comunidad afro-caribeña, trabajadores jamaicanos llegaron a este lugar hace más de 100 años para construir las vías del tren y trabajar en las bananeras. A consecuencia de una gran epidemia en los árboles de cacao muchos locales vendieron sus granjas a buen precio y la mayoría fueron compradas por extranjeros; suizos, gringos, alemanes, italianos, con esto comenzó una mejora en las carreteras y un auge en el turismo que atrajo a surfistas y aventureros, algunos de estos también se quedaron enamorados del ritmo de vida y la magia del lugar y las gentes.

Si visitas esta parte de Costa Rica déjame que te recomiende 5 cosas que hacer donde encontrarás la esencia de este lugar:

  1. Pasea, ve animales y haz snorkel en el Parque Nacional de Cahuita
  2. Broncéate y prueba una «pipa» fresca en la playa Punta Uva
  3. Compra fruta en uno de los puestos de carretera y bébete unos «jugos» en una de las numerosas «sodas»
  4. Explora el refugio de vida silvestre de Manzanillo
  5. Pasea por los puestos callejeros de Puerto Viejo, disfruta del ambiente rasta con una cena caribeña en la «soda Tamara» y luego deléitate con la música en vivo y las preciosas vistas a la playa en el bar «Puerto Pirata»

 

Estos días fueron muy especiales, excitantes y divertidos para nosotros porque durante una cena caribeña en la soda Tamara, Armindo y yo nos comprometimos.

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