El cambio climático es uno de los mayores retos de nuestro tiempo. Su impacto se acusa en todo el planeta, pues afecta a las personas, a la naturaleza y a la economía. La mitigación del cambio climático exige una reducción considerable de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Para plasmar este objetivo general en medidas concretas es necesario entender el complejo sistema que conecta las diferentes fuentes de emisiones con sus impactos nacionales y regionales, la gobernanza global y los posibles beneficios.
Desde el punto de vista científico, el cambio climático está ligado a la cantidad de gases de efecto invernadero, y principalmente de dióxido de carbono, que se liberan a la atmósfera y se abstraen de ella. Desde la Revolución Industrial, las actividades económicas han ido liberando cantidades de gases de efecto invernadero cada vez mayores y muy superiores a las que el ciclo natural del carbono puede capturar. Esto conlleva un aumento de la concentración de carbono en la atmósfera, lo que a su vez produce el efecto invernadero, al retener una mayor proporción de la energía solar recibida en la Tierra.
Los sistemas de observación de la Tierra efectúan un seguimiento de las concentraciones de carbono y registran las tendencias a largo plazo. Las conclusiones son claras: pese a las variaciones estacionales, en 2016 el número de partes de dióxido de carbono por millón (ppm) en la atmósfera superó el umbral de las 400 ppm, y sigue en aumento. La ciencia nos dice, pues, que para atenuar el cambio climático hemos de reducir de manera considerable las emisiones de gases de efecto invernadero y, si es posible, aumentar la cantidad de las que se capturan.
Un examen detallado de las actividades económicas que emiten gases de efecto invernadero muestra una situación bastante compleja. En realidad, podemos identificar las actividades clave responsables de la mayor parte de las emisiones. Con el uso de los combustibles fósiles y los cambios en los usos del suelo (por ejemplo, tala de bosques con fines ganaderos), liberamos el carbono que había permanecido capturado y que se había mantenido al margen del ciclo del carbono durante cientos de millones de años. A lo largo de los dos últimos siglos, combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural han aportado la energía necesaria para los hogares y la economía (industria, agricultura, transporte, etc.). Nuestras sociedades necesitan energía, pero ¿se puede satisfacer esta necesidad sustituyendo los combustibles fósiles por fuentes de energía renovable?
Las emisiones son nacionales y sectoriales, pero tienen un efecto global
Hay otro nivel de complejidad vinculado al carácter global del cambio climático. El dióxido de carbono liberado a la atmósfera se convierte en un problema global, independientemente del país y el sector que lo hayan emitido. Sin embargo, para reducir las emisiones dependemos casi totalmente de las estructuras de gobernanza política. Los esfuerzos globales consisten en compromisos nacionales de los países de limitar sus emisiones y reducirlas. Para ello han de conocer la fuente de esas emisiones.
En Europa se efectúa un estrecho seguimiento de la cantidad de gases de efecto invernadero que emiten cada sector clave de la economía y sus subactividades. Sobre la base de los datos reportados por los Estados miembros de la UE, la Agencia Europea de Medio Ambiente analiza las tendencias y previsiones, con el objetivo de evaluar los avances hacia la consecución de los objetivos establecidos para la UE en su conjunto y para cada uno de su Estados miembros. Nuestras evaluaciones de los efectos del cambio climático y de la vulnerabilidad muestran cómo el cambio climático ya ha afectado a diferentes regiones de Europa y lo que estas regiones pueden esperar en el futuro dependiendo de diferentes escenarios de emisiones.
A fin de impulsar la acción contra el cambio climático, los Estados miembros de la UE aprobaron diversas políticas en materia de clima y energía y establecieron unos objetivos claros para 2020 y 2030. Nuestras evaluaciones ponen de manifiesto que la Unión Europea va por buen camino para alcanzar los objetivos fijados para 2020, pero debe redoblar sus esfuerzos para conseguir los objetivos más ambiciosos de 2030. Los países, las regiones, las ciudades, así como otros actores, también comparten información sobre cómo adaptarse al cambio climático.
Convertir la información en conocimientos relevantes
El conocimiento es esencial. Pero para formular y aplicar medidas eficaces necesitamos también entender esta cuestión de una manera más sistémica. Por ejemplo, ¿puede el sector del transporte, responsable de más del 20 % de las emisiones de gases de efecto invernadero de la UE en 2016, reducir su dependencia de la gasolina y el gasóleo y pasar a consumir electricidad limpia? ¿Puede Europa producir esa energía adicional sin aumentar su presión sobre el medio ambiente? ¿Cómo se puede hacer frente desde el urbanismo a las necesidades en materia de energía y movilidad y reducir los daños derivados de las catástrofes relacionadas con el clima a la vez que se mejora la calidad del aire urbano?
Para responder a estas preguntas es necesario un conocimiento sistémico de los vínculos de las tendencias entre la sociedad, del medio ambiente y de la economía. Las acciones políticas prospectivas también podrían valorar las necesidades específicas de las regiones y las ciudades. Por ejemplo, ¿cómo pueden las ciudades aumentar la eficiencia energética de sus edificios, algunos de los cuales datan de finales del siglo XIX?
El objetivo de la Agencia Europea de Medio Ambiente es proporcionar conocimientos relevantes y accesibles que ayuden tanto a los responsables políticos como al público en general a actuar en base a información oportuna, pertinente y sólida. Para ello, su conocimiento ha de crecer en amplitud y profundidad, y ha de seguir evolucionando para responder al carácter sistémico y complejo de los retos que afrontamos. En relación con el cambio climático, están trabajando para construir una plataforma de conocimiento que en el futuro respalde los objetivos fijados por la UE para 2030 en materia de clima y energía mediante una mejor conexión de los conocimientos existentes, no solo sobre clima y energía, sino también en otros ámbitos relevantes como la agricultura, el transporte y la calidad del aire.
En última instancia, el éxito dependerá tanto de decisiones políticas informadas como de la voluntad global de poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles. El Acuerdo de París marcó un hito en el refuerzo del compromiso global de los gobiernos, las empresas y la sociedad civil de unirse para hacer frente al cambio climático. Ahora toca que todos los países que firmaron el acuerdo lo apliquen. En este contexto, la conferencia sobre el clima (COP 24) que se celebrará próximamente en la ciudad polaca de Katowice debería impulsar el esfuerzo de aplicación mediante la adopción del llamado ‘Paris rulebook’.
Fuente: Agencia Europea del Medio Ambiente
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