La Asociación Girls on the Wall, a la que pertenezco, fue creada para hacer de la montaña un espacio igualitario, del que todas podamos sentirnos parte. En el camino que llevamos recorrido cada vez nos vamos dando más cuenta de la necesidad de los llamados grupos propios o espacios no mixtos como herramienta para lograr este objetivo. Conscientes de las controversias y ampollas que este tema levanta, hemos decidido dedicar nuestra primera colaboración a esta cuestión.
Un espacio no mixto es una herramienta reivindicativa para alcanzar la igualdad real de un grupo determinado con respecto a otro. Estos grupos se constituyen alrededor de un eje común, de factores identitarios, vivencias o experiencias que unen a varias personas. Estos factores que las unen precisamente son los que las excluyen con respecto al grupo general. En nuestro caso, nadie puede negar que la montaña ha sido y aún hoy es un espacio masculinizado. Como dato, señalar que en 2021 las mujeres no llegaban al 36% del total de personas federadas[1]. Esta desigualdad no es más que un reflejo de la desigualdad que existe en todos los ámbitos de la sociedad, y por ello puede abordarse con herramientas que ya se han utilizado. Una de ellas es el espacio no mixto.
Este tipo de grupos permiten la autoorganización y el empoderamiento de sus miembros, pues son espacios seguros en los que compartimos, pensamos y nos repensamos, reflexionamos sobre nuestras vivencias y experiencias, ponemos en común estrategias… Al tratarse de grupos en los que se comparte cierta identidad (lo que no quiere decir que no exista diversidad dentro de los mismos), sirven para visibilizar desigualdades y necesidades específicas, reflexionar sobre ellas y elaborar estrategias colectivas para lograr una igualdad real. En estos espacios nos sentimos escuchadas, arropadas, comprendidas, vemos, quizá algunas por primera vez, que no estamos solas, y que nuestras experiencias son compartidas por muchas otras. El espacio no mixto permite que emerjan estas vivencias, nos ayuda a ver las desigualdades desde diferentes ángulos y a abordarlas de manera colectiva. Además, en sectores muy masculinizados, estos espacios permiten visibilizar el trabajo que hacen las mujeres, ponerlo en valor y potenciar el aprendizaje sobre sus aportaciones a ese campo.
Por supuesto, los espacios no mixtos no sustituyen a los mixtos, ni significa que quienes formamos parte de ellos sólo nos relacionemos de esta manera. Son espacios que complementan el resto de relaciones y nos ayudan a hacerlas más llevaderas, a generar estrategias y herramientas para luego sentirnos más fuertes en contextos hostiles. Estos grupos, además, idealmente, tendrían un carácter transitorio, ya que si se lograra la igualdad plena no tendrían sentido. Por eso los grupos no mixtos no son equiparables a, por ejemplo, la educación segregada por sexo. La base de una y otra idea es totalmente diferente: desde los espacios no mixtos se plantea el fortalecimiento de un grupo que se encuentra en situación de desigualdad; desde la educación segregada se defienden las supuestas capacidades, aptitudes y disposiciones diferentes en función del sexo biológico. La educación segregada por sexo y las ideas que la sostienen son todo lo contrario a lo que defendemos desde los espacios no mixtos. Quienes defienden la educación segregada por sexo la plantean como una situación deseable permanentemente per se, mientras que los grupos no mixtos son una estrategia de resistencia, una consecuencia de las desigualdades que persisten y que, como decíamos, en un mundo ideal serían prescindibles. Pero en el contexto actual está claro que son necesarios.
De hecho, en los talleres de Girls on the Wall se ha puesto de manifiesto la necesidad y la utilidad de estos espacios: en tan solo dos meses, de marzo a mayo de 2022, organizamos cinco talleres no mixtos, todos se llenaron (alguno incluso tuvo que desdoblarse en dos convocatorias), y todas las evaluaciones fueron positivas.
Pues bien, si está tan claro que estos espacios suponen una aportación hacia la igualdad, ¿por qué generan tanta controversia? Hay varias cuestiones que son mal entendidas, que se manipulan y retuercen para intentar denostar este tipo de espacios, algo que no puede sorprendernos, ya que como hemos explicado los grupos no mixtos suponen un espacio de resistencia ante la desigualdad estructural.
Una de las cuestiones que más molesta es la aparente “exclusión” que generan. Para poder construir un espacio seguro, los grupos propios dejan fuera a las personas que no poseen el factor común que causa que este grupo se encuentre en situación de desigualdad. En nuestro caso, el género. Para cualquiera que se haya parado a pensar en esto un minuto puede parecer un sinsentido, pero aún nos encontramos argumentos del tipo “Si es para la igualdad, ¿por qué no puedo ir?”, proferido por hombres cis heridos por no poder ocupar un espacio más… ¿Cómo generar un espacio seguro en el que podamos compartir nuestras experiencias de exclusión para reflexionar y generar cambios, si en ese grupo hay personas que no las han vivido, es más, si quizá hasta hayan participado en esas experiencias desde el otro lado?
Por otra parte, para las personas que dicen entender la lucha y estar de nuestro lado, pero que no por ello dejan de criticar el no poder participar de estos espacios, recomendamos la misma estrategia: la organización colectiva. ¿Por qué no se juntan todos esos escaladores aliados y protestan, por ejemplo, por los nombres machistas de muchas de las vías de escalada? ¿Por qué, si sienten el otro lado de la desigualdad, no forman grupos propios para reflexionar sobre cómo la masculinidad tóxica invade a veces el deporte, o sobre las presiones que sienten y cómo poder generar otro tipo de dinámicas? De esto no se oye nada cuando hablamos de los grupos no mixtos, los comentarios siempre van en la misma línea: “Los hombres somos excluidos”, poniéndose de nuevo en el centro y acaparando la discusión sobre algo en lo que nadie les ha pedido opinión.
En este sentido, las respuestas reaccionarias que seguimos recibiendo cuando publicamos nuestros talleres y cursos son el testimonio de todo lo que queda por hacer. Y las vivencias que compartimos con las mujeres que acuden a nuestras actividades no mixtas son la otra cara de la moneda, la que nos impulsa a seguir defendiendo estos espacios de resistencia y a creer cada vez más en ellos como herramienta de cambio.
María Pardo
Feminista, trabajadora social y escaladora. Pertenezco a Girls on the Wall, desde donde exploro el deporte y la vida al aire libre como herramientas para la intervención social. Nuestro reto: convertir la montaña en un espacio seguro para todas nosotras.