Palabras clave:
Alpinismo: definida por la UNESCO como “el arte de escalar cumbres y paredes en terrenos rocosos o helados de alta montaña” y declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la misma organización.
Emergencia Climática: según Oxford Dictionaries, “una situación en la que se requieren medidas urgentes para reducir o detener el cambio climático y evitar el daño ambiental potencialmente irreversible resultante de este proceso”
El gran Samivel siempre intentó que mirásemos más adentro. “Solitude: Ce serait bien plus beau si je pouvais le dire à quelqu’un””
Si bien estamos leyendo, oyendo y pensando que cuándo superemos esta crisis seremos otras personas y otra sociedad distintas, el alpinismo también será otro. No podemos, ni debemos, escaparnos al cambio.
El coronavirus ha venido a recordarnos nuestras debilidades. La debilidad de nuestros cuerpos y la debilidad de nuestra sociedad. Y ha venido a recordárnoslo en el momento exacto. Quizá me acusen de frívolo si digo que ha venido en el momento más oportuno. Necesito y quiero verlo como una oportunidad.
Esta epidemia global, que no entiende de clases sociales ni de fronteras, nos ha atacado a toda la humanidad con la velocidad y la violencia de un tsunami. Nos ha arrasado. Está matando a millares de personas con la crueldad añadida de privarles de la despedida de sus seres queridos. Y ha detenido, en seco, una economía globalizada basada en el crecimiento constante, hacia el infinito, en un planeta finito.
El coronavirus está poniéndonos, como sociedad, frente al espejo. Un espejo en el que podemos mirarnos a la cara y decirnos lo mal que lo hemos hecho. El colapso del sistema sanitario y de toda la red que debe abastecerle es el primer síntoma de nuestra enfermedad global. Un colapso que ha puesto, uno frente al otro, a dos modelos de gestión de nuestra salud: la gestión pública frente a la gestión por parte del mercado (y los mercaderes). El cómo afecte a cada persona y a cada sector de la sociedad la consiguiente crisis económica será el siguiente síntoma.
Abramos la mirada y estemos dispuestos a entender más allá de lo que nos está sucediendo ahora. No ha sido sin intención la comparación de esta pandemia con un tsunami. Me sirve para poder compararla, en dimensión temporal y espacial, con un lento, constante y definitivo aumento del nivel del mar, que engulle islas, costas, campos de cultivo y ciudades enteras.
El tsunami viene, destruye y luego deja que nos reconstruyamos. El aumento del nivel del mar es definitivo. No tiene vuelta atrás.
El coronavirus es el tsunami. La crisis climática es la subida del nivel del mar y será – hace treinta años que lo dice la comunidad científica – infinitamente más grave y de consecuencias más dramáticas e impredecibles que el coronavirus. De la misma manera que hoy estamos en un estado de emergencia sanitaria, lo estamos también de emergencia climática.
¿Podemos aprender algo de este insólito y distópico momento que estamos viviendo de cara a la emergencia climática? Claro que podemos, pero tenemos que estar dispuestos. Ahora es el momento. Si esperamos a que el mundo vuelva a ser igual que antes quizá sea demasiado tarde. Quizá no debamos reconstruir algunos de los edificios que este tsunami ha derrumbado.
No soy quién para decirle a nadie cómo ha de vivir, pero si puedo – y siento que debo – como profesional y amante de la montaña, mirar hacia dentro de lo que es, a día de hoy, el alpinismo y su relación con el planeta.
Son muchos los que han escrito, con más acierto y poesía de las que yo soy capaz, sobre lo que en nuestras vivencias en la montaña buscamos: una forma de vida sana; un escape de la rutina; una búsqueda de la belleza, de la libertad individual; un crecimiento interior; una superación de los límites de lo posible…
Todas estas explicaciones nos valen. Creo que no procede aquí profundizar más en ello. Dejémoslo en que somos felices haciendo montaña en libertad. Una felicidad que es individual, pero que también es compartida con las personas que nos acompañan. El alpinismo es un canto a la libertad y a la amistad.
El alpinismo nació durante el romanticismo como una búsqueda, por primera vez, de la belleza de los paisajes sublimes. Era una afición estrafalaria reservada a unos pocos aristócratas y a una burguesía incipiente que contrataban los servicios de los pastores locales de los Alpes, los Pirineos y otras cordilleras. Estos valientes pastores acabarían siendo los primeros guías de montaña.
Durante el siglo XX el alpinismo vivió varias transformaciones y se practicó desde perspectivas y con fines muy distintos: desde las conquistas de las Nortes de los Alpes o los primeros ochomiles, cada uno para gloria de un determinado nacionalismo, hasta el hipismo más radical de la escalada norteamericana en tiempos de la guerra del Vietnam. El alpinismo español tuvo también su propia historia, sus épocas y sus protagonistas.
Un denominador común en la evolución del alpinismo del siglo pasado, sobre todo tras las grandes guerras, fue la democratización de su práctica. Una democratización que sucedió solamente en los países con mayores recursos económicos y que vino de la mano de asociaciones y clubes, algunas con afinidades políticas o religiosas, otras naturalistas, científicas o ideológicas, otras, simplemente deportivas. Todas enseñaron a los jóvenes a disfrutar de la montaña. Quizá las últimas décadas del siglo XX fueron el momento en que más dueños fuimos de nuestras vivencias en las montaña.
Cabe preguntarse cuál es el denominador común del alpinismo del siglo XXI. Quizá no tengamos, todavía, la perspectiva histórica necesaria para verlo con claridad. Creo que no me equivoco si afirmo que hemos pasado de la democratización del alpinismo de finales del siglo XX a su casi total mercantilización en lo que llevamos de siglo XXI.
Samivel, de nuevo adelantándose a su tiempo nos hace mirarnos en el espejo en “lLes déserts à tout le monde”
Mercantilización que afecta a toda su existencia, desde los recuerdos, que han pasado de la diapositiva a las redes sociales, hasta la razón última por la que lo llevamos a cabo cada persona. Mercantilización que afecta a todos las tejidos y estructuras que lo hacen posible, desde la forma de desplazarse, que ha pasado de los autobuses fletados por clubes a los viajes relámpago en avión cuándo una vía está en condiciones, hasta la industria misma del outdoor. La montaña no ha sido ajena al proceso de cambio más drástico que ha sufrido la humanidad.
Y como tantas otras actividades de la humanidad, esta inverosímil situación que estamos viviendo ha parado también en seco cualquier actividad en la montaña. Mientras escribo estas líneas no hay nadie escalando en el Capitán, ni esquiando en la Chamonix-Zermatt, ni haciendo Boulder en Fontainebleau, ni siquiera recorriendo el siempre abarrotado Camino de Santiago. No hay nadie, e igual que a los canales de Venecia han vuelto los peces, a los caminos de la montaña ha vuelto el silencio.
Es tiempo de pensar. De pensar hondo. Nos toca. Creo que es obligación. Quizá nuestro confinamiento debiera ser más largo, por mucha necesidad de aire, sol y sudor que sintamos.
En estas semanas de confinamiento se están digitalizando más instantáneas que en toda la historia de la fotografía. En las redes veo a muchos amigos, ya dinosaurios de la escalada, colgando fotos de los 70, los 80 y los 90. Fotos que no habían visto un pixel ni habían tenido un like desde que fueron tomadas con la cautela de quién paga el revelado de un carrete. No es nostalgia. Soy totalmente pro fotografía digital. Es la descripción de una realidad que cambia.
Y me pregunto: ¿a quién pertenecen nuestros recuerdos ahora? ¿a nosotros y nuestros amigos o a Instagram y Facebook? ¿Hasta dónde alcanzan nuestras reflexiones al observar esas imágenes de nuestro pasado? ¿Hasta dónde nos están dejando las redes sociales profundizar en nuestros pensamientos estos días?
¿Y esos pies de gato cómodos como zapatillas? ¿Y esas cintas anudadas en el pecho? ¿Y esas mochilas recosidas? ¿Y esos mosquetones que comprábamos uno a uno en la tiendita del barrio?. Si, en esa tiendita en cuyo dependiente encontrábamos un amigo o alguien con quién quedar a escalar. Aquí no puedo ser objetivo. El pasado mes de mayo mi compañera se vio obligada a cerrar la que era la penúltima tienda de montaña de la Sierra de Guadarrama. El pueblo ha perdido mucho desde ese día.
Esta rápida transformación en el alpinismo y en todas las facetas de la vida, ha sido global e imparable y si no somos algo flexibles y la aceptamos en parte, nos quedaremos en la cuneta de los que se alimentan únicamente de los recuerdos de tiempos mejores. Pero quizá no debamos aceptar esa realidad en su totalidad.
Estoy convencido de que no ha de ser la nostalgia de otros tiempos quién nos guíe en la transición que debemos emprender, sino una elección coherente y concienzuda de lo que tomamos y lo que rechazamos del mundo tal cual lo conocimos antes de esta crisis global. Tenemos la libertad de vivir en ese filo entre estar dentro y fuera del sistema a la vez. Es una sensación parecida a la de escalar, a la de escalar de verdad, con el seguro lejos, por debajo de nuestros pies. Libertad y responsabilidad juntas, paralelas, indisolubles. Una.
Royal Robbins, asumiendo un gran compromiso durante la apertura de North Américan Wall, El Capitan, en 1964.
El alpinismo ha sido y puede seguir siendo un canto a las libertades individuales de las personas. Yo no pienso renunciar a ello. Pero nunca ha de ser un canto a la insolidaridad. La libertad por la que debemos seguir luchando acaba allá dónde nuestras acciones limitan las libertades de otras personas. Esto hace décadas era quizá muy sencillo de valorar, en un mundo de relaciones mucho más acotadas y sencillas. Hoy, en un mundo tan globalizado, es muy difícil de valorar. El ecosistema social y planetario que habitamos es tan extremadamente complejo y nuestras acciones tienen repercusiones tan globales que medir nuestras acciones es muy difícil.
¿Tenemos derecho, por mucho que nos ampare la ley, a hacer cualquier cosa? La ley no prohíbe acabar con las existencias de un supermercado y parece que nadie aprobamos que algunas personas hayan arramplado compulsivamente con todo los primeros días del estado de alarma. Cuando la ley no te pone el límite lo debe poner tu ética. Si careces de ética, será la ley la que tenga que ponerte los límites, aunque la ley es infinitamente más limitada que la ética. Yo apuesto por la ética.
¿Cuántos kilómetros tengo derecho a viajar con mi furgoneta para esquiar un día? ¿Cuánto gasoil tengo derecho a quemar para unas horas de gozo? La ley no me pone ese límite, pero creo que todos entendemos que cuantos menos, menor será nuestra contribución a la crisis climática. ¡¿Pero cuántos?! Eres libre de decidirlo, y ese es el mayor de los pesos que llevas en la mochila de tu libertad en las montañas.
No son sólo los kilómetros. Ese es quizá el ejemplo más gráfico y sencillo. ¿Cuántos aviones en un año tengo derecho a coger?. Tampoco lo se. Muy pocos, seguramente. ¿Cuánto material de montaña puedo comprar? ¿Es ético que mi único criterio de compra sea el precio? ¿En qué condiciones se fabrica? ¿Qué marcas tienen verdaderas políticas de responsabilidad social corporativa? ¿En qué condiciones trabajan los empleados del centro logístico que me sirve ese material a precio de ganga? ¿Y el transportista?. Y una pregunta más importante: ¿necesito realmente todo ese material para la actividad que voy a hacer?.
Es muy fácil admirar a los alpinistas polacos que cosían su propia ropa para ir a la conquista del invierno del Himalaya mientras hacemos exactamente lo contrario. El equilibrio entre las dos opciones lo hemos de poner cada persona. Es algo que vamos a hacer en libertad, con un creciente sentido de la responsabilidad, individual y colectiva. Quizá, ojalá, llegue un momento en que sentirse gente de montaña signifique eso. Y lo hagamos con orgullo de colectivo. Entonces estaremos demostrando que hemos aprendido algo en las paredes y en las altas rutas.
La ley no obligaba a que en España tuviéramos una industria textil preparada para la fabricación de mascarillas y equipos de protección individual para sanitarios, así que la enviamos a Asia. Ahora nos arrepentimos. De la misma manera que hoy les exigimos responsabilidad a nuestros gobernantes, mañana nos la tendremos que exigir a nosotros mismos. Queda poco. ¿De cuantas acciones – o inacciones – de hoy nos podremos arrepentir mañana?
Tuve la suerte de recorrer el glaciar del Aneto hace ya 30 años. Cuándo hoy lo veo agazapado en las umbrías bajo las crestas cimeras siento tristeza por su retroceso y soy consciente de mi parte de responsabilidad. No me flagelo, comprendo mi condición, mi dimensión y lo poco determinantes que son mis actos individuales. Por ello hoy, más que nunca, creo en la responsabilidad compartida con todos los demás amantes de la libertad de las montañas.
Necesitamos un alpinismo más consciente, solidario y comprometido. Necesitamos un alpinismo con carga política, que proponga un cambio global asumiendo la parte correspondiente en sus carnes. Este compromiso y esta actitud no tienen por qué estar reñidos con el disfrute de las libertades individuales que debemos seguir defendiendo con vehemencia. Todo lo contrario. Esa actitud rebelde llenará nuestras vivencias de contenido. Creo que se trata de abordar un cambio de paradigma.
El Cervino es quizá la montaña más conocida de la Tierra. El ella se han escrito algunas de las páginas más importantes del alpinismo, desde su trágica primera por Whymper y compañeros hasta la escalada con la que Bonatti se despidió del alpinismo, pasando por la conquista de la primera de las 6 caras norte de los Alpes, a cargo de los hermanos Franz y Toni Schmid en 1931. A todos estos alpinistas les profesamos gran admiración y leemos sus relatos como pequeños tesoros escritos. Esta admiración es aun mayor si conocemos sus historias completas. Los hermanos Schmid no fueron en avión y luego en taxi al Cervino. Ellos recorrieron casi 600 Km en sus pesadas bicicleta de la época desde su casa en Múnich, escalaron esa magnífica pared y volvieron de la misma manera. ¡Toma ya!
Los hermanos Schmid vencieron la primera de las 6 Nortes de los Alpes, yendo desde su casa, a casi 600 km, en bicicleta.
Posiblemente no fue su elección. Posiblemente hubieran ido en coche de haberlo tenido pero… la vivencia de esa escalada, los recuerdos que conservaron en sus memorias, su álbum de fotos en papel, ¿serían los mismos? Lo suyo fue una auténtica aventura vital, no solo una escalada reseñable.
¿No podemos elegir nosotros esa forma de hacer montaña? Es sólo un ejemplo que no hay que tomar al pie de la letra. Un ejemplo que me sirve para proponer un cambio de actitud a la hora de hacer montaña y un cambio de paradigma en la forma de valorar las actividades de montaña.
Nos toca emprender una transición como colectivo. Implicará renuncias, un cambio radical en la forma de entender lo que es el éxito, pero quizá tengamos vivencias más profundas, autenticas y felices en la montaña.
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