Trilogía del surf
Willy Uribe
Libros del lince
Barcelona, 2017
300 páginas
El mar no abandona a los suyos. Hay una vida intensa en esa masa de agua que comparte la sal con el sudor y con las lágrimas. Es una sanación y todo un compendio en el que la humanidad ha proyectado lo mejor de sí misma. O al menos cada uno de nosotros ha ido proyectando lo mejor de sí mismo, hasta sumar una metáfora de la vida que ya estaba instalada en el alma de los romanos y los fenicios. A pesar de los horrores que puedan esconder su profundidad, se trata de un hogar. El mar humano tiene que ver con la costa, con los vínculos entre agua y tierra y con la formación de corrientes para navegar. Resulta más fácil confiar en él que en las personas, concluimos de la lectura de este libro de Willy Uribe (Bilbao, 1965). En él la navegación es una actividad individual, es el surf, que los protagonistas, exiliados por propia voluntad y con diferente grado de bohemia, practican en los paraísos que la pequeña historia del surf ha creado entre quienes la imaginan: la costa atlántica del Sáhara, la costa del Pacífico mexicano y las playas de Indonesia y Australia.
El surf representa la felicidad de los cuerpos, esos átomos que suman hasta casi consumarnos. La costa de México es el viaje al sur del sueño norteamericano, la cultura en la que, de forma inevitable, nos ha construido en mayor o menor porcentaje, o contra la que nos hemos construido en mayor o menor porcentaje. El Sáhara es un misterio, un hueco en el que puede suceder cualquier cosa, un borrón en el mapa. En cuanto a Indonesia, allí hemos depositado nuestros últimos sueños de huir, es decir, de construir una vida hermosa partiendo de cero, sin el lastre de nuestros fantasmas.
Porque los protagonistas de las tres historias que componen esta Trilogía del surf -Más allá del Ganzung, Doce poemas de amor en Zicatella, Nanga- son tipos solitarios. Y la soledad no es algo elegido. La condición humana empuja a vivir hacia fuera, a vivir para los demás. Y si uno se larga en soledad, se aleja de aquello para lo que vive. De ahí que expresemos nuestra admiración por la aventura, pero no nos atrevamos a repetirla. Cuando la aventura está a nuestro alcance, la soledad es posible para todos. Pero estos tipos tienen deudas pendientes. Algunas incluso de sangre. Otras de amor, y otras de mera ilusión por cumplir un sueño. En cualquiera de los tres casos, se ven imbuidos en unas tramas que tienen mucho de novela negra: el inocente que se ve envuelto en una situación límite por accidente, como los personajes de Hitchcock; el que vive una novela de amor sin mujer fatal, pero con la fatalidad oportuna; y el thriller.
La habilidad narrativa de Willy Uribe está fuera de toda duda. Sabe mantener el pulso del relato y no regala una sola línea fuera de control, fuera de la tensión que precisa para que el lector esté atento. Escribe con facilidad y sirve a todas las funciones de la literatura, desde las más intelectuales a las más populares. Recrea un mundo en el que se exploran los límites de lo permitido, como en el surf, que practican los personajes con una confianza que no poseen cuando respiran tierra adentro. El surf da sentido a algunos minutos de la existencia de unos seres desnortados: el mar, que tanto cura, la solidaridad, la belleza, el sol, el cuerpo. Habrá momentos de amor cierto y momentos de amor farsario en estas tres historias con intriga. Nunca en relación al mar. Porque el mar no abandona a los suyos.
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