sábado. 27.04.2024

No vas a dimitir, pero nosotras tampoco vamos a dejar de luchar

Se suponía que Luis Rubiales iba a dejar hoy, viernes 25 de agosto, de ser presidente de la Real Federación Española de Fútbol cinco días después del beso forzado a Jenni Hermoso en la celebración por el triunfo en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda. Pero no ha sido así. Nos sigue tocando luchar.

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Soy de 1981, tengo 42 años, un poco más jovenzuela que Rubiales y cuando era pequeñica me gustaba jugar al fútbol en el recreo y en todas partes.

Me quedaba embobada viendo a Oliver y Benji y en cuanto podía corría y corría detrás del balón hasta caer desfallecida o llevarme algún rapapolvo por jugar donde no debía.

Lo de marimacho era constante, así como lo de que no me pasarán el balón o me dejarán para el final cuando se hacían los equipos, pero ahí seguía yo por alguna misteriosa razón.

Quizá porque los campos de fútbol estaban ahí, en el centro, ocupando la mayoría del espacio y a los lados, arrinconadas, se quedaban mis compañeras, “las niñas”, jugando a lo que ese pequeño reducto les permitía, a algo, que por lo que sea, a mí no me llamó tanto la atención.

No lo sé, pero el caso es que permanecí ahí siendo una rara avis hasta que llegó la adolescencia.

La cabeza ya no me da para tanto, no sé si fue porque no encontré ningún equipo femenino o mixto al que unirme, no sé si mis padres hicieron lo suficiente para encontrarlo o no sé si, simplemente, preferí cambiar y dar pelotazos con una raqueta, pero en el caso es que le dije adiós al fútbol.

Y hola al tenis.

Así hasta que me fui de mi Zaragoza natal a Madrid a estudiar.

Con 18 años, en aquel Colegio Mayor de Metropolitano, cuando éstos todavía eran o masculinos o femeninos, encontré, por fin, mi equipo de fútbol.

Un montón de chicas con las mismas ganas de dar patadas a un balón que yo.

Recuerdo esa etapa como una de las más felices de mi vida.

Entrenábamos los martes y los jueves, al caer la noche y los fines de semana teníamos la liguilla en la que participaban otros Colegios Mayores.

Jugamos a fútbol sala, luego probamos el fútbol 7 y algunas incluso terminaron “fichadas” para jugar en algún equipo de fútbol 11.

Nos recorrimos todo Madrid y sus alrededores, descubrimos Chueca, Aluche, o Cadalso de los Vidrios, las fiestas de la Paloma, la Batalla Naval de Vallekas o la Tabacalera.

No sólo era esos momentos inolvidables de los entrenamientos, los partidos o el tercer tiempo, es que éramos algo más, seguíamos siendo raras avis, pero ya no andábamos solas por el mundo, éramos un equipo, una familia, con sus momentos de gloria y de miserias, tanto dentro, como fuera del campo, pero estábamos juntas, unidas, eso era lo importante.

Y luego, las cosas de la vida, dejamos el Colegio Mayor, nos pusimos a trabajar, a mudarnos, a formar familias...

Adiós fútbol…

Y en mi caso.

Hola montaña.

Pero hoy sigue siendo inevitable que se me dibuje una sonrisa cada vez que veo a tantas y tantas niñas jugar al balón, siendo una más, disfrutando y participando sin tantos impedimentos como tuvimos cada una de nosotras.

Una sonrisa que se convirtió en lágrimas de emoción al ver que las nuestras habían conseguido la estrella.

“Amigas no he podido evitar acordarme de vosotras”

“Esta victoria también es nuestra”

Así se volvía a encender ese grupo de whatsapp que aún mantenemos.

Y se volvía a llenar de rabia, de impotencia y de rebeldía con el dichoso Rubiales.

Porque cada una de nosotras, por separado y juntas, vivimos las consecuencias de este sistema patriarcal y machista.

En “nuestro” momento no utilizábamos esas palabras, pero una va atando cabos y se va dando cuenda de lo que pasaba y sigue pasando.

Y hoy es otra prueba más.

No les interesa.

Ni a Rubiales a tipos como él.

Porque no sólo es el fútbol, el mundo del deporte en general es uno de los más masculinizados, hoy estoy más cerca de las actividades de montaña, del ciclismo, del deporte outdoor y más de lo mismo.

Poca representación femenina en los altos puestos de clubes, federaciones, medios de comunicación especializados, salarios de risa en comparación con sus homólogos, sin hablar de las barreras que surgen para compatibilizar el deporte con la maternidad.

El deporte en general debería ser símbolo de respeto, de igualdad, de tolerancia, de solidaridad, de inclusión.

Y más cuando hablamos de la actividad física, el deporte o como lo quieras llamar, como afición, como salud, como tiempo para disfrutar, para juntarnos, para cuidarnos, para compartir, para movernos.

Pero ya no es como antes, ya hemos empezado a salir ahí fuera, ya hemos empezado a juntarnos y ya estamos incluso repensando, también, el deporte.

Estamos creando espacios donde somos capaces de salir de la competitividad mal entendida, de la exaltación del ego y la falta de empatía con lo que nos rodea.

Por el podcast de Hacia lo Salvaje han pasado un montón de grupos, asociaciones y clubes organizados por y para mujeres que lo demuestran cada día.

Girls on the wall, Mujeres en Bici, Montañeras Adebán, Juntas es Mejor, las chicas del Reto Pelayo Vida, Soy Cicloviajera, Mariolas, mujeres que surfean y todas las que vendrán en la siguiente temporada.

Porque ya no sólo va de deporte.

Va de cómo vivimos.

De nuestro día a día.

Pero eso es otra historia que seguirá en hacialosalvaje.net

Hoy sólo quiero volver a mostrar mi apoyo a mis compañeras, a recordarles que somos un equipo y que juntas, por muchos kilómetros o años que nos separen, seguiremos luchando, ahora y siempre.

Tú no dimites, pero nosotras no nos cansaremos de luchar.