jueves. 28.03.2024

Aún recuerdo la insistencia de mi colega Jaime; todo el año se tiró con la misma historia: Tú, tienes que venir a Lisboa, te va a encantar. Tienes que venir aquí y darle al surf, es la hostia. Pues al final le hice caso, fui a verle y por primera vez toqué una tabla de surf. Tengo que reconocer que soy una chica de secano. A pesar de haber recorrido muchas playas, siempre me dieron miedo las olas. Era la típica que ves en la orillita mojándose el culo y de vez en cuando chapuzón. ¿No te lo crees? Pues sí, esa era yo.

Una vez conocidos mis antecedentes marítimos y, por supuesto, dejándolos atrás, ahí estaba, dispuesta a meterme en medio del mar a ver como iba eso del surf. En realidad, ese día no hicimos mucho, unos cuantos consejitos y algún que otro daño colateral, pero eso no me toca contarlo a mí. El caso es que pasamos unos días muy divertidos con esa panda de surfers y me quedé con el gusanillo de hacer surf…

Creí que sería algo pasajero, que pronto me olvidaría, pero no. Al año siguiente decidí aprender a surfear, todo un reto para mí, pero eso era algo que me motivaba aún más. Cogimos el coche y aprovechando unos días en Semana Santa subimos al norte, a Somo, dónde nos tiramos 5 días intensos de clases de surf. Buuuuuuuaaaaa chaval, que subidón la primera vez que te pones de pie. Aunque venga el listo de turno y te diga: anda maja que no sabes lo que te queda. Sí, es cierto, pero yo hoy me he puesto de pie. Las olas me han revolcado mil veces, he tragado agua, me escuecen los ojos, casi me ahogo, he aparecido en medio de una corriente, cinco millones de olas han roto en mi cara, pero al final me he puesto de pie y ha sido la mejor sensación del mundo. Y con ese pensamiento marché. Y también con otro, tenía que conseguir pillar olas. Si había sentido eso con una espuma ¿Cómo sería lo siguiente?

No pasaron ni tres meses hasta que volví a reunirme con el mar. Este verano que acaba de pasar se me fue un poco la pinza, cambié mi residencia, cambié mi curro y me fui a la playa. Pasaba mis días practicando entre Sopelana y La Salvaje. Fue el momento de hacerse con la primera tabla. Aldo, mi amigo, mi compañero, mi pareja, me regaló una tabla de segunda mano con la que volví a comer olas, volví a ahogarme, volví a tragar agua, volví a coger espumas y volví a sentirme viva cada vez que me ponía de píe y pillaba algo regulero.

Pasé de la espuma a la ola y día tras día me sentía más segura. Iba probando el momento de levantarme, intentaba remar al máximo, pensaba la postura, etc. Como a todos me repetían: “si das dos remadas más llegas”. Había días que pensaba que nunca sería capaz de conseguir esas dos remadas, pero lo conseguí. Pasaban muchas olas y yo cogía bastantes pocas, la verdad, pero las cogía y nadie me podía quitar esas olas, esos atardeceres, hacer surf bajo la luna llena, estar a solas con el mar, esa emoción y esas ganas de ir a por más y más.  Una vez en el agua no quería salir, estaba a gusto, me sentía bien y quería mejorar. Intentaba girar penosamente, me salió alguna que otra vez.

Y, de repente, pasó. Era mi último día en La Salvaje, no había mucha gente, llevábamos un par de horitas surfeando, pillé una ola y la cogí, y giré y grité hasta quedarme sin aliento. Se me acelera el corazón solo de recordarlo. Esa misma tarde hice la maleta y marché. Me fui con la mejor sensación del mundo, me fui con una maleta llena de experiencias y buenos recuerdos y, por supuesto, me fui con unas ganas increíbles de volver a subirme a la tabla y seguir aprendiendo.

Hay que echarle ganas sí, a nadie nos gusta la sensación mañanera del neopreno mojado, pero eso se queda en ná comparado con lo que el surf te da. Es algo difícil de explicar, algunos lo llaman libertad, otros felicidad, para mí es una sensación de superación diaria, una conexión completa con el mar. Es un sentimiento maravillosamente bonito y por eso me gusta. Con este post, espero animar a muchos a iniciarse y darle ánimos a todos aquellos que, como yo, están empezando. Solo os digo que si probáis seguiréis, porque este deporte tiene algo que siempre te hace seguir.