viernes. 29.03.2024
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Al norte de Grecia, en la llanura de Tesalia, cerca de la mítica ciudad de Kalambaka, se encuentran los restos de una antigua comunidad monástica que habitaba en rocas (y posteriormente en monasterios) desde el siglo XIV, a una altura de más de 300 metros, conocidos por el nombre de Meteora. Estas impresionantes construcciones están encaramadas en la cumbre de unos acantilados creados por la acción del mar hace más de 30 millones de años.

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Los primeros habitantes de la zona fueron monjes ermitaños que simplemente vivían en cuevas tan altas para sentirse más cerca del que ellos consideraban como “El Creador”. Tres siglos más tarde, en el siglo XIV, se fundaron los primeros monasterios al incrementarse las incursiones turcas y albanesas en Grecia. Los monjes comenzaron a buscar refugios más seguros e inaccesibles. Al principio, sólo se podía llegar hasta los monasterios a través de escaleras desmontables, posteriormente se utilizó una red para transportar a los monjes de un lugar a otro y peldaños labrados en la misma roca.

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El primero de ellos fue el Megálou Meteórou, o Monasterio de la Transfiguración, que además es el más importante y el más alto de los que han perdurado hasta la actualidad, situado a 415 metros sobre el nivel del mar. Alberga una iglesia de estilo bizantino que atesora las reliquias de su fundador y unos valiosos frescos que relatan las persecuciones que sufrieron los cristianos. Fue seguido por muchos otros, hasta un total de 24 en el momento del máximo apogeo, en el siglo XV.

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Actualmente sólo pueden ser visitados seis de ellos, ya que el resto fueron destruidos por las tropas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial: cuatro se han convertido en piezas de museo, mientras que otros dos siguen funcionando como centros religiosos.

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Todos albergan una gran cantidad de objetos religiosos acumulados durante siglos y tienen una distribución similar alrededor de un patio central rodeado por las celdas de los monjes, las capillas y el refectorio, pero quizás lo más impresionante son las vistas en uno de los parajes naturales más extraños del planeta y la oportunidad de observar la misteriosa vida de los ermitaños.

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La visita puede hacerse desde la vecina ciudad de Kalambaka, pero hay unas normas muy estrictas en cuanto a la vestimenta, ya que los hombres deben acceder con pantalón largo y las mujeres con falda hasta los tobillos y es necesario, también el absoluto silencio. Tampoco está permitido realizar fotografías en el interior y el precio de entrada es de unos tres euros a cada uno de ellos. Es recomendable tener en cuenta los horarios de visita, que suelen ser alrededor del mediodía.

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Para alojarse y comer, una de las mejores opciones es el vecino pueblo de Kastraki, que cuenta con hoteles y hostales de todo tipo así como restaurantes en los que degustar la exquisita gastronomía tradicional griega.

Artículo escrito por Bea Gómez, diplomada en Turismo y profesional del Social Media y Marketing Digital, aplicados al sector de los viajes, publicado originalmente en el portal Blogging in the Wind protegido por una licencia CC BY-NC 3.0 ES


 

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