jueves. 28.03.2024
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La cumbre del Everest, arriba a la derecha

Un vuelo de infarto

Mantengo la nariz pegada a la ventanilla, el ruido de los motores se hace notar estruendosamente. De vez en cuando, la sensación de que nuestra avioneta rozará las crestas de las montañas me hace levantar instintivamente los pies del suelo. Un línea de tierra aparece en el valle, al fondo las altas montañas, debajo el aeropuerto de Lukla, aterrizaré allí en 10 minutos.

La primera ascensión vasca al Techo del Mundo

El próximo 14 de mayo, se cumplirá el cuadragésimo primer aniversario de la primera expedición vasca al Everest que llevó a la cima al alpinista Martín Zabaleta. Era 1980 y a mediados de enero de aquel año, yo realicé mi segundo viaje a Nepal y mi intención era, en aquella ocasión, realizar el trekking hasta la base de la montaña más alta del planeta, el Everest.

En los días previos a mi actividad que pasé en Kathmandú, tuve la ocasión de encontrarme en la agencia nepalí con la que trabajábamos, con el citado Martín Zabaleta y con Xabier Erro, ellos eran miembros destacados de la expedición vasca que se encontraban recibiendo los miles de kilos de carga provenientes de España, que serían necesarios para el desarrollo de la expedición. Era la primera vez que hablaba con alpinistas dispuestos a enfrentarse, en este caso por segunda vez, con la montaña más alta del planeta. Con la montaña que me había hecho soñar y viajar miles de kilómetros para intentar llegar a sus pies.

También, en aquellas fechas, la expedición polaca, que logró la primera invernal, estaba trabajando en la montaña.

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Rumbo al Khumbú

Era enero, hacía frío y sabía que el trekking en esa época iba a ser duro, éramos solo dos personas y dormiríamos en los escasos lodges o casas de té que en aquellos años existían y que, ya fuera de temporada, estuvieran abiertas o tuvieran algo que ofrecer.

En aquellos tiempos los vuelos a Lukla, punto de comienzo del trekking y único aeródromo en la región, eran toda una aventura. Y no ya por las condiciones del vuelo sino por lo aleatorio de los mismos. Solo Royal Nepal Airlines cubría esa ruta, que de no hacerla en avión suponía 5 días de caminata, y las inclemencias meteorológicas obligaban a las cancelaciones frecuentes. Esto originaba unos atascos monumentales, tanto en Kathmandú como en Lukla, de personas yendo o viniendo de las montañas con los consiguientes dramas personales al ver pasar un día tras otro con los vuelos cancelados.

Como no éramos más que nadie, también tuvimos algún que otro intento infructuoso de volar a Lukla, por fin lo conseguimos y pudimos comenzar nuestro trekking, el sueño comenzaba a hacerse realidad.

Para los que hemos dedicado horas a leer los libros de Sir Jon Hunt o Morize Herzog sobre la grandes epopeyas de la historia del alpinismo, el recorrer aquellos caminos rumbo al Chomolugma era un sueño, conocer a los míticos sherpas y compartir camino con ellos, ver el monasterio de Tengboche y visitar a su lama principal, caminar bajo la sombra del Ama Dablam, ver “ochomiles”. Todo un reto.

Las jornadas de ascenso, discurrieron sin problemas, bellos caminos y excelentes vistas sobre las montañas soñadas. Atrás quedó Namche Bazar, la capital del país sherpa, y el pueblo más grande de la región. Su curiosa disposición de cara al sol de la mañana y ocupando el fondo del valle es una imagen icónica.

En Tengboche, dejé atrás los últimos pinos que rodean el monasterio y poco a poco el terreno se iba convirtiendo en alpino, el frio se hacía notar cuando ya superé los 3000 m de altura.

Eran otros tiempos y salvo a porteadores y sherpas no encontré a ningún otro occidental.

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Periche es un asentamiento sherpa, situado en el fondo de un valle ventoso y umbrío situado a tres jornadas del Campo Base del Everest. Había dormido en una casa local, estas en general tienen dos pisos, en la parte baja es donde está el ganado, yaks en estas zonas, y en la parte alta es donde habitan las familias. En este poblado, quizás por la altura, sobre los 4000 m, son de una sola planta. La vida se hace en el entorno del fuego, que se alimenta con bostas de yak, esto produce un humo de olor especial que sumado al no tener chimenea, te obliga a buscar el oxígeno a pocos centímetros del suelo o a llorar y medio asfixiarte en cualquier otra posición.

A la mañana, salí al exterior en busca del ansiado aire de montaña que aliviara mis pulmones, que suponía ennegrecidos por la inhalación de aquel humo pestilente, a mi espalda oí una voz alta y fuerte que decía “em cago en déu, bad weather!” mientras me miraba en busca de mi reacción. No puede contener la risa ante la expresión mezcla de catalán e inglés. Más tarde supe que este hombre había estado en una expedición con el alpinista catalán Toni Sors y algo le había quedado.

Frente a la “La diosa Madre” 

Y finalmente Kala Patar, nuestro objetivo. Esta loma, situada a 5.600 m. aproximadamente, es un privilegiado mirador sobre la cara sur del Everest. Pese a que se hable de llegar al Campo Base, esa actividad no tiene sentido ya que desde ese lugar, no hay vistas sobre la montaña. Sin embargo desde esa “loma” soldada al majestuoso Pumori, las vistas son inigualables.

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Monte Pumori

Me había levantado de madrugada y lentamente con frío y algo de dolor de cabeza  producido por la altura, empecé la marcha, el ascenso es por laderas herbosas que se levantan sobre el caos del glaciar del Khumbu. Al fondo, se divisan las cimas de Ama Dablam, Transerku y Lobuche entre otros. Finalmente, tras varias horas de caminata, llegué a aquella anhelada cima. Poco a poco me iba dando dando cuenta de lo que tenía delante: la negra pirámide del Everest, la inmensa pared del Nuptse, la cascada de hielo,  el gigantesco glaciar del Khumbú, inmenso y roto en mil pedazos se extendía a mis pies hasta donde la vista alcanza, más allá se convierte en el rio Dukhosi, el “rio de leche”, que recibe ese nombre por lo blanco de sus aguas tumultuosas.

Fotos y más fotos, no quería abandonar este lugar tan anhelado desde que era niño, pero tenía que comenzar el descenso, poco a poco perdí esa altura que tanto me había costado ganar, las montañas se iban ocultando, se despedían de mí.

La satisfacción fue tan grande como la que meses más tarde, supongo que sentiría Martín Zabaleta desde la cima de la montaña que en ese momento tenía enfrente de mí.

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A los pies del Everest

De regreso

El regreso a Kathmandú fue rápido. Conseguí ir empalmando jornada tras jornada. Tan rápido fue, que me encontré metido en un jumbo de Air France volando desde Delhi a París con la misma ropa (bávaros de paño), medias “Makalu” y botas con las que había pasado los anteriores quince días en la montaña.  A la desesperada y ante el riesgo de que me expulsaran del avión por atentar contra la salud de los otros pasajeros, me las apañé para asearme, lo peor fue lavarme los pies en el lavabo de ese minúsculo baño de avión.

Había estado al pie del Everest, la experiencia fue una de las más impactantes de mi vida como “amante de las montañas”. Volveré pensé.

Y lo he podido cumplir varias veces, soy afortunado.


Jose Antonio Masiá es fundamentalmente un viajero y un amante de la naturaleza. La montaña ha sido su pasión desde niño y esto le ha llevado a caminar por las principales montañas del planeta y a ascender a muchas de ellas. Con casi cien países visitados, lleva cuarenta años al timón de Trekking y Aventura, la agencia de viajes pionera en este tipo de actividades en nuestro país.

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