viernes. 29.03.2024
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Imagen © Dimitris Poursanidis, Environment & Me/EEA

El cambio climático está causando el calentamiento de los océanos, la acidificación del medio ambiente marino y alteraciones en la pluviosidad. Esta combinación de factores suele agravar los efectos de otras presiones humanas sobre el mar, que acarrean la pérdida de biodiversidad marina. El sustento de muchas personas depende de la biodiversidad y los ecosistemas marinos, por lo que es preciso actuar rápidamente para frenar el calentamiento de los océanos.

Alteraciones de la red trófica marina

Los océanos absorben el calor de la atmósfera. Ahora las mediciones revelan que, en las últimas décadas, el calentamiento de los océanos ha afectado a zonas muy por debajo de la superficie del mar. Este calentamiento afecta seriamente a la vida marina y el riesgo para la biodiversidad es aún mayor. Ningún caso lo pone más claramente de manifiesto que el del plancton de aguas cálidas en el Atlántico Nordeste. Algunos copépodos se desplazan hacia el norte a una velocidad de 200 a 250 km por década. Estos pequeños copépodos se encuentran casi en la base de la cadena trófica. Los peces y otros animales del Atlántico Nordeste se alimentan de estos copépodos y su patrón de distribución en los océanos puede cambiar debido al desplazamiento hacia el norte de dichos copépodos.

Los animales que viven fuera de su rango térmico óptimo gastan más energía en respirar en detrimento de otras funciones. Esto les debilita y les hace más vulnerables a las enfermedades, facilitando que otras especies mejor adaptadas al nuevo régimen de temperaturas obtengan una ventaja de competencia. Además, cuando las temperaturas no son óptimas, las dificultades para el desarrollo de las esporas, los huevos o la progenie de estos animales son mayores. El sufrimiento de algunas especies en estas nuevas condiciones puede tener efectos colaterales para el resto de organismos que dependen o interaccionan con ellos. Al final, esta cadena de circunstancias afecta al funcionamiento general del ecosistema, pudiendo acarrear pérdida de biodiversidad. Esto es exactamente lo que ocurre con los copépodos: al ser alimento para tan gran número de organismos, su sufrimiento afecta a toda la cadena trófica.

En niveles más altos de la cadena trófica, los animales que no pueden encontrar alimento se ven obligados a desplazarse para sobrevivir. En Europa, donde la temperatura superficial del mar aumenta más rápidamente que en los océanos globales, se desplazan fundamentalmente hacia el norte. Este fenómeno puede afectar a las poblaciones de peces, como refleja el hecho de que la caballa haya comenzado a pasar más tiempo en aguas más septentrionales. Esto puede tener un efecto en cadena sobre los pescadores locales y las comunidades más lejanas. Uno de estos efectos en cadena fue la tristemente célebre «guerra de la caballa» entre la Unión Europea (UE) y las islas Feroe.

El conflicto se debió en parte a la sobre explotación de la pescadilla y en parte al desplazamiento al norte de especies como el arenque y la caballa en reacción a la elevación de las temperaturas marinas. El tiempo adicional que pasan las poblaciones de peces en aguas feroesas causó desavenencias por los derechos de pesca. Desde la perspectiva feroesa, tenían derecho a pescar en sus aguas, mientras que desde la perspectiva de la UE, se estaban incumpliendo los acuerdos sobre cuotas pesqueras sostenibles, con el consiguiente riesgo de sobreexplotación pesquera y pérdida de renta y empleo en la UE. El conflicto llegó a su fin en 2014, cuando la UE levantó la prohibición a las importaciones de pescado procedente de aguas feroesas a cambio de que los isleños dejaran de pescar.

Acidificación

Además de absorber calor, los océanos son un sumidero de dióxido de carbono (CO2). Cuanto más CO2 entra en la atmósfera, mayor cantidad absorben los océanos, donde reacciona con el agua para producir ácido carbónico, que provoca la acidificación. Los océanos han absorbido más de una cuarta parte del CO2 liberado a la atmósfera por la actividad del ser humano desde 1750.

La acidificación de los océanos se ha asociado históricamente a cada uno de los cinco grandes eventos de extinción que han tenido lugar en la Tierra. Actualmente, la acidificación es 100 veces más rápida que en cualquier otra época de los últimos 55 millones de años y es posible que las especies no sean capaces de adaptarse con suficiente rapidez. La acidificación afecta a la vida marina de distintas formas. Por ejemplo, a los corales, mejillones, ostras y otros organismos marinos que construyen conchas de carbonato cálcico les resulta más difícil construir esas conchas o esqueletos cuando se reduce el pH del agua. Por tanto, las reducciones antropogénicas del pH marino podrían afectar a ecosistemas enteros.

Zonas muertas

El aumento de la temperatura oceánica también acelera el metabolismo de los organismos y su inspiración de oxígeno, lo cual reduce a su vez las concentraciones de oxígeno del agua y puede llegar a hacer que algunas partes del océano dejen de ser aptas para la vida marina.

El oxígeno del mar también puede agotarse debido a la introducción de nutrientes en el agua. Por ejemplo, las lluvias transportan nutrientes de los fertilizantes agrícolas al mar. Este enriquecimiento con nutrientes como los nitratos y los fosfatos puede darse de forma natural, pero alrededor del 80 % de los nutrientes del mar provienen de actividades terrestres, como el alcantarillado, los residuos industriales, los residuos urbanos y las escorrentías agrarias. El resto tiene su origen fundamentalmente en los gases nitrosos emitidos debido al consumo de combustibles fósiles por el tráfico rodado, la industria, las centrales eléctricas y las instalaciones de calefacción. En las partes de Europa donde el cambio climático ha aumentado la pluviosidad y la temperatura, los efectos del enriquecimiento por nutrientes se agravan.

El enriquecimiento del agua con nutrientes pone en marcha el proceso conocido como «eutrofización», que genera crecimientos vegetales excesivos. Cuando esto ocurre en el mar, se produce lo que se conoce como «proliferación de algas». Debido al exceso de respiración y a la muerte y descomposición final de estas plantas acuáticas, se elimina oxígeno del agua. En consecuencia, se produce un déficit de oxígeno que, en última instancia, da lugar a la creación de áreas hipóxicas o «zonas muertas», donde la vida aerobia no puede sobrevivir.

Estas zonas muertas pueden aparecer en los mares parcialmente cerrados de Europa, como el mar Báltico y el mar Negro. En el mar Báltico, la temperatura del agua ha aumentado unos 2 °C con respecto al siglo pasado, hecho que ha contribuido a incrementar la extensión de las zonas muertas. Más aún, la frecuencia de aparición de zonas muertas en el mundo se ha duplicado cada década desde mediados de 1900. Por desgracia, aunque dejásemos de emitir nutrientes a los mares europeos hoy mismo, la herencia de las emisiones pasadas seguiría creando zonas muertas durante décadas antes de que los mares volvieran a su estado anterior.

Un futuro incierto

Aunque algunos modelos generan posibles escenarios de cambio climático, es difícil predecir cómo se comportarán las especies marinas cuando se intensifiquen distintos tipos de estrés en los océanos. Pero sí sabemos que debemos actuar ahora para mitigar el cambio climático si queremos limitar el calentamiento y la acidificación de los océanos, así como los efectos que ambas cosas producen en el medio ambiente y nuestro bienestar.

El cambio climático está causando el calentamiento de los océanos, la acidificación del medio ambiente marino y alteraciones en la pluviosidad. Esta combinación de factores suele agravar los efectos de otras presiones humanas sobre el mar, que acarrean la pérdida de biodiversidad en los océanos.

Fuente Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA)

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