viernes. 19.04.2024

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Hace unos años atrás hacía fotos en blanco y negro. Y a pesar que un día me dijeron “You are a color photographer”, en mi malcriadez, me aferraba a esa fuerza masculina. Sin embargo, tiempo después y a la par,  comencé a disparar en color. Alguna veces, de forma demasiado tímida y distante buscándole entre sombras, y otras, desconcentrada e impulsiva, como si lo vomitara después de un noche de excesos.   

Cuando me planteé, final y seriamente, ir a New York (un viaje que siempre había querido hacer) sin duda, visualizaba primera mi visita en limpios y sucios blancos y negros, en todas sus mezclas. Mi experiencia se resumiría en un encanto de diversos grises del tipo asfalto, algunas fotos serían muy contrastadas y otras tendrían mucho grano. “Claro, será increíble ver la ciudad y retratarla bajo esa presencia intrigante e histórica que da el tan apreciado b&w”. Así me lo esperaba. Pero es que eso es justo lo que ocurre con las expectativas: lo menos y lo único que no haces es aquello que esperabas, jurabas y perjurabas que ibas a hacer. Lo que sucedió fue que en mi mes y algo como Neoyorkina nunca pensé, sentí, observé y viví en el marco de esas dos sensaciones visuales… ni una vez.

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El blanco y negro no se presentó a nuestra primera cita. En su lugar, el color se aproximó con un apretón de vista tan fuerte, que hasta me ardieron los ojos, y a continuación, me abrazó como si me conociese de siempre. El dolor visual era el síntoma de una enfermedad que había que curar, y esa enfermedad era disparar en color de forma compulsiva y entregada pero, ahora, más reflexiva y controlada. Era una contradicción que tenía sentido. Estando ahí (en el lugar que siempre me había determinado fotografiar en blanco y negro) todo lo veía realizado en armonía de colores, paletas, sentido e integridad cromática. Me pasaba todo el día, sola y sorprendida, caminando por aquellas calles recibiendo nuevos estilismos y combinaciones.

Más allá de lo que la generalidad cree, New York es una ciudad que no es exclusiva en escala de grises, el color, está por doquier: pasteles, brillantes, oscuros y claros… tonos contrastados, sutiles, orgánicos, vivos, artificiales. Me estrechaba la vista y el ego estar exactamente en la despedida del verano y en la bienvenida al otoño, para luego, a medida que pasaban los días, llegar al esplendor de la penúltima estación del año. Ver al detalle como la ciudad, su gente, mobiliario y hasta sus alrededores, se expresaban en naranjas, amarillos, rosas y rojos, sin olvidar por completo, el verde y ese azul intenso pero no demasiado exagerado. Así que, como tantas cosas en la vida, que cuando deben ser son y cuando no, simplemente, no lo son, dejé ir al New York en blanco y negro con carácter, y me entregué al vibrante y con más carácter CromaYork. El gris estaba pero se teñía… esa era su única función. Entre las expectativas y el color, me quedo con el color. 

Tal vez, después de todo, si sea una color photographer.

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Nena es comunicadora audiovisual especializada en la fotografía de viajes y documental.

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