martes. 19.03.2024
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Parece mentira que, desde 1989, en que Kathleen Meyer publicó un protocolo sostenible sobre como satisfacer nuestras necesidades fisiológicas, aun no hayamos aprendido cómo gestionar este ancestral ritual de forma sostenible. Y más aún en las montañas, que son fuentes de agua “limpia” que abastecen a la mayor parte de la población del planeta. Aunque nos agrade más o menos profundizar en estos temas, la contaminación ambiental y nuestra salud están en juego, debido a los patógenos que encontramos en los excrementos humanos.

Y es que cada vez somos más los que cagamos en el monte. El turismo de montaña en sus multiples formas (senderismo, escalada, trekking, alpinismo, etc.) no ha parado de crecer. Por poner un ejemplo, se estima que 300.000 personas intentan anualmente subir el Monte Fuji (Japón) y más de 50.000 el Kilimanjaro (Tanzania). ¿Es necesario imaginar los volúmenes fecales resultantes?

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Cómo cagar en el monte, de Kathleen Meyer

La revisión de la literatura científica sobre los excrementos de los montañeros realizada por Michal Apollo de la Universidad de Cracovia, muestra que se trata de un campo muy prolífico (y me ahorro el chiste fácil). Esta abarca temas tan dispersos como el volumen de las heces y la urina (para lo que existen fórmulas matemáticas para su cálculo), los patógenos y riesgos para la salud, las preocupaciones de los montañeros (y de los residentes locales), protocolos y técnicas para cagar, y efectos en la vegetación.

El tema de los patógenos es realmente importante puesto que bacterias como la salmonela pueden sobrevivir hasta 51 semanas enterradas a 20 cm de profundidad. Y como ocurre con muchos otros temas ambientales, lo que hacemos a la naturaleza nos vuelve a nosotros. Varios estudios sobre alpinistas en el Denali (al que por fin se cambió el nombre anterior por éste que significa “el Grande” en el idioma local) y el Aconcagua muestran que durante el descenso hasta el 30% de alpinistas tenía síntomas de gastrointeritis aguda asociados a la contaminación fecal del agua.

Tres montañas sagradas eligió el autor de este estudio para analizar el mundano aspecto de deshacernos de nuestros excrementos: Monte Fuji (Japón), Kilimanjaro (Tanzania) y Yamunotri (India). Y tres categorías para definir el impacto del acto en sí: no-invasiva (cuando se realiza en baños habilitados con tanques sellados que se reciclan), semi-invasiva (cuando se realiza en baños con tanques no sellados por lo que puede haber filtraciones a las aguas subterráneas) e invasiva (cuando el turista realiza por sí solo la actividad susodicha).

Japón es un país pionero en el uso de tecnológia, y en el campo de los excrementos humanos no iba a ser menos. Y no hablamos de llevarse las heces de los refugios de montaña en helicóptero, una técnica efectiva, pero que también atañe sus riesgos, por aquello de la fuerza de la gravedad. Sino de modernos váteres ecológicos que, utilizando serrín, pueden reciclar excrementos humanos sin gasto de una sola gota de agua y producir un excelente fertilizante.

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Bolsas para disponer de excrementos. Disponen de una masa especial para estabilizar el contenido y se venden a un módico precio. © Clean Waste.

El caso de Yamunotri desgraciadamente presenta váteres públicos con tanques no sellados que contaminan las aguas del río Yamuna (río por otra parte sagrado en la cultura local). Afortunadamente un nuevo sistema de váteres ecológicos está en proceso, y utiliza una bacteria descubierta en la Antártida que puede descomponer materia orgánica a bajas temperaturas.

Por último, el Kilimanjaro presenta el más alto potencial de mejora. Los baños habilitados no disponen de tanques sellados y en ellos se encuentran no solo heces, sino restos de comida, periódicos y productos de higiene personal. Entre campos de altura, se recomienda a los turistas que entierren las heces, pero dado el elevado número de turistas, la ruta acabaría convirtiendose en un campo de minas. Como medida disuasoria se está empezando a obligar a los touroperadores a que sus clientes usen váteres portátiles o bolsas para transportar los excrementos.

El problema de las heces en montaña es de responsabilidades compartidas. En ausencia de instalaciones adecuadas debería primar la regla de “no dejes huella”, para lo que desde la pala hasta la bolsa (o un café en el bar Manolo) son soluciones al alance de todos.

Estudio original

Apollo, M. (2016). Mountaineer’s Waste: Past, Present and Future. Annals of Valahia University of Targoviste, Geographical Series, 16(2), 13-32.



Ignacio Palomo es Investigador Post-doctoral en el Centro Vasco para el Cambio Climático (BC3) e investigador asociado del Laboratorio de Socio-ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid. Puedes seguirle en su magnífico blog Luces de Montaña.

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